sábado, 21 de septiembre de 2013

Aprender a mirar






“Se puede resistir a todo salvo a las tentaciones” (Óscar Wilde)

Reproduzco el fragmento de una conversación de la que fui presente y que tuvo lugar, en Roma, hace meses. No importan los sujetos, mucho menos su sexo, creencias, pasado y presente. El futuro se puede intuir…

“No conozco a ningún gay, pero dicen que también son buena gente”, dijo un anónimo. “(Risas) Claro, obvio, son personas”, respondió otro en la misma cena donde yo, sujeto receptor, me encontraba degustando una deliciosa berenjena cortada en finas lonchas y superpuesta en capas, separadas entre sí por mozarela, parmesano, jamón york, tomate y albahaca. Uno de los platos estrellas de Sicilia, denominado aquí ‘Melanzane alla parmigiana’. No pude soportar seguir y, con excusa mediante, abandonamos la casa Isa y yo. Sin entrar en polémicas, porque sería luchar contra valores culturales arraigados, un batalla sin sentido que desgasta y crea resquemor. Sun Tzu estaría de acuerdo.

Así, desgraciadamente, piensa esta ciudad y, por ende, esta nación. Apuesto a que Roma es la única población en el mundo  donde no encuentras sellos en la Posta (un Correos a la italiana), también en la que un conductor de bus se para en un semáforo y aprovecha para beber en una fuente. Es imposible denunciar esto. Es más, este país en forma de bota -fino y delicado, presuntuoso y esnob- se dedica a juzgarte, encasillarte y decir lo que tienes que hacer. Ahí tienes dos opciones, que pueden ser tres: negarte es comenzar a limpiar la espada y proceder es pecar de cómplice. Entonces te queda el cinismo y la hipocresía. Sí, ser cínico e hipócrita. Ser uno de ellos. Aceptarlo, pero no compartirlo. No participar en el ‘Gran Hermano’ (inventado por George Orwell en su libro 1984) pese a estar en él. Saber que, si quieres estar aquí, tienes que taparte las rodillas y los hombros para entrar en San Pedro, aunque sepas que hay curas que se follan a los niños. O como se diga ese verbo. Perdón por la demagogia.

El secreto para sobrevivir sin odiar y llenarte de rencor es cambiar la percepción de la mirada. Tratar de mirar con perspectiva. Subirte a una montaña virtual y divisar todo, cada uno de los puntos cardinales de los hechos, de las acciones. Hoy día, por desgracia, vivimos en un mundo globalizado que camina a la velocidad de la luz. Existe un vértigo en los acontecimientos que no nos permite disfrutarlos. Vivimos bajo la sensación de estar poseídos por la odiosa monotonía, el estrés, la infelicidad, de querer siempre lo que no se tiene. Quizá pararte un segundo, sentado en el sofá de tu casa como estoy yo ahora, y pensar en la textura del mismo, en el olor del ambiente, en la sensación corporal y en la visión de todo lo que te rodea, ayude a no dar rienda suelta a esas percepciones que tiene la mente de los mortales. Aquí y ahora, cultura y pensamiento, reprobar cambiando los argumentos en lugar de subir la voz, frío, calor, compañera/o, objetos. Divisa bien todo eso, analízalo y háblate. Así tendrás siempre la sensación de vivir en un mundo placentero, a pesar de todas las adversidades. Porque, algo habrá hecho bien esta gente para que yo quiera seguir aquí.