jueves, 6 de marzo de 2014

Realidad dual





"Las palabras me han salvado siempre de la tristeza" (Truman Capote)

Isa y yo solemos recordar en los malos momentos, que también los tenemos, dónde estamos viviendo: Roma, una ciudad con la peculiaridad de hacer insignificante todo lo que no sea ella. Se podría resumir con algo como “Yo soy Roma y tú no”. Y además dicho así , con altanería y soberbia. Actitudes surgidas, quizás, de una época en la que conquistaron el mundo creando incluso imperios en Oriente y Occidente.  
La frase ‘Roma non basta una vita’ es excesivamente real, dañina para todos aquellos que, ilusionados, nos creemos conocerla en su plenitud sólo por el simple hecho de vivir aquí. La ciudad es tan excesiva que abruma y te sobrepasa, te invita a su crítica a la vez que no puedes dejar de estar enamorado locamente de ella. Dicen que el amor hay que cultivarlo… Pues estas fueron sus últimas perlas que pidieron la vez para entrar en mi corazón.
Entrevista laboral en San Giovanni para dar clases de español en una academia. Desidia por un trabajo que necesito, pero no me apasiona. Sol, asfixia, alegría, sofoco, pinos marítimos flotando en el aire… Muy recomendable ver ‘La GrandeBellezza’ per comprender estas sensaciones tan contrapuestas. Decido ir andando hacia el Coliseo, a diez minutos, pero me encuentro de frente con la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, un amasijo de piedra que acoge las monjas benedictinas de la ciudad y alberga una curiosa historia: fue el precedente del Castel Sant'Angelo, es decir, la refugio del Papa cuando éste aún no vivía en San Pedro sino en la catedral de Roma. Además, custodia los restos de cuatro santos soldados sacrificados por Diocleziano por hacer apología del cristianismo. Así me la encontré, al improviso, sin tiempo para asimilar nada. Como una daga que sobrepasa los sentidos. Siempre estuvo ahí, pero nunca pretendió presumir de ello.
El segundo momento para mí supuso el éxtasis, sensación parecida cuando descubrí cómo se cocinan los caracoles a la romana, comprándolos en el Mercado de Piazza Vittorio y dejándolos un día antes en un recipiente con lechugas para que coman verde y se depuren para después crear una salsa con tomate fresco (pacchino), ajo, aceite de oliva, sal, pimienta negra, guindilla roja, menta y anchoas. Como decía, esa exultante sensación fue cuando descubrí los tres Coliseos que tiene la ciudad. El clásico -con fama mundial-, el cuadrado –actualmente museo fascista- y el moderno, resultante de un antiguo gasómetro que abastecía gas a toda la urbe. Viendo éste en el tramonto, con el sol a media asta, tranquilo y sosegado, la vida puede ser lo que tú quieras. Yo incluso vi gladiadores… El problema es que ya no sé qué es cierto de lo que he visto. Intenté emular a Sorrentino (dice que para que las cosas cambien tenemos que ser nosotros quienes cambiemos nuestra perspectiva de las mismas), pero se me fue de las manos. Es el riesgo que se corre aquí, sobre todo si aspiras a ser el rey de la vulgaridad.