"Lo peor que le puede pasar a un genio es ser comprendido", (Ennio Flaiano)
Pese a
que últimamente me interesa mucho La India menos turística que describe Kipling
y vengo fascinado con el Estambul oculto -ubicado al final del Cuerno de Oro-
en una calurosa mañana de domingo, me sigo quedando con Roma. Pero no la retratada en postales, no la frecuentada por peregrinos o chinos; puro oropel; sino la de
sus barrios. Garbatella, Rione Monti, Testaccio, Ostiense o el mío propio,
Montesacro, comunista y de la Roma. Es en ellos donde se conoce la auténtica
ciudad, que te envuelve en su encanto con los pequeños detalles: culinarios, antiguos
y presuntuosos. Sus centros sociales donde se come y bebe barato, esa heladería
casera con gustos auténticos (piña y castaña, chocolate y pistacho) o esa
frutería donde la lechuga llega aún con la tierra del huerto, y donde siempre,
compres lo que compres, te regalan profumi
(aromas): perejil, albahaca y apio. Ahí te sientes grande; ahí te hacen
partícipe de la vida. Te crees verdaderamente italiano, incluso te permites juzgar todo, como siempre hacen ellos. "Hubo una época en la que conquistamos el mundo", dicen continuamente para justificarse por la osadía.
Yo soy
de los que piensan que la crisis ya ha terminado, pero como los estamentos de
poder han estirado tanto la cuerda comprobando que resistimos ya nunca la van a
soltar. La prensa general les avala… También aquí, donde un Berlusconi quedebería estar pudriéndose en la cárcel paga su pena con asuntos sociales. Por todo
esto, y porque la vida, según muchos filósofos y budistas, no es más que un
camino hacia la muerte, es mejor elegir tu lugar en el mundo para que todo sea
más placentero y tonificante. Y con esto no quiero ser pesimista, sino todo lo
contrario. Pretendo aconsejar que la terribilidad de las cosas puedes
suavizarla aceptándola, y para eso no hay que mirar al pasado ni pensar en el
futuro. El primero te mina la cabeza; el segundo hace lo propio con el corazón,
aunque la naturaleza del paisaje suele ser importante y embriagadora. Al fin y
al cabo, siempre seremos más torpes que los elefantes que, según Kapuściński, cuando saben que van a morir caminan
hacia el río para morir ahogados en las profundidades. Allí eligen depositar
sus preciados huesos. ¿Hay algún gesto más valiente que ese?