jueves, 31 de julio de 2014

Alejarse para estar cerca



"A veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo", (Eugene Delacroix)

Creo que Stendhal sufrió vértigos, confusión, un alterado ritmo cardíaco y ligeros desmayos cuando contempló la iglesia de Santa Croce (Florencia) con sus cinco sentidos, con un exuberante gusto romántico. Desde entonces, esos síntomas están recogidos en la innumerable lista de enfermedades psicosomáticas. 

A mí con Roma me pasa algo parecido. Tanto tiempo pasando delante del Coliseo, sintiendo la Fontana di Trevi, adulando San Pietro y recreándome por todos y cada uno de los ángulos infinitos de Circo Massimo… Tanto tiempo saliendo a la calle y divisando arte en todo su esplendor e historia en todo su apogeo, que mi cuerpo ha dicho basta. Basta sólo por unos días, ya que es un adiós para estar más cerca en el retorno, una llamada a lo cotidiano, al bocadillo en la piscina, la caña en el bar, la ausencia de grandeza, de magia eterna que difumina tu pensamiento. Quiero estar un tiempo lejos de Roma para poderla controlar, porque cuando estás dentro es verdaderamente imposible.

Un simple paseo dominical por tu barrio te lleva, sin querer, a la casa donde triunfó y murió Rino Gaetano con su hit “Ma il cielo è sempre più blu”. Un jueves perdido y sofocante montado en un bus camino de ninguna parte te porta al Café de París, donde Fellini pasaba sus noches en vela mientras pensaba y meditaba con celo sus obsesiones, una simple heladería siciliana no lejos del barrio de estilo Liberty supone tomar una brioche rellena con helado de almendra. Y así siempre… Todo a lo grande, estéticamente coloreado, inmensamente bello. Hasta tal punto que preferiría que fuese atractivo, o feo. Sé que no es así, y en el fondo no sé si quiero. Por eso me voy, para cambiar percepciones, entrenar, corregir miradas, modificar gustos, pulir la obsesión y neutralizar los fantasmas. Aquí me espera la misma de siempre, la única ciudad del mundo cuyos monumentos y lugares cambian de forma según la luz que reciban, la mágica Roma, tan mágica y grandiosa por todas sus imperfecciones. Ahora mismo dudo si lo del helado es verdad o lo he soñado. Stendhal, que nos humanizó a todos, me comprendería. Eso me deja más tranquilo.