"A veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo", (Eugene Delacroix)
Creo que Stendhal
sufrió vértigos, confusión, un alterado ritmo cardíaco y ligeros desmayos
cuando contempló la iglesia de Santa Croce (Florencia) con sus cinco sentidos,
con un exuberante gusto romántico. Desde entonces, esos síntomas están
recogidos en la innumerable lista de enfermedades psicosomáticas.
A mí con
Roma me pasa algo parecido. Tanto tiempo pasando delante del Coliseo, sintiendo
la Fontana di Trevi, adulando San Pietro y recreándome por todos y cada uno de
los ángulos infinitos de Circo Massimo… Tanto tiempo saliendo a la calle y divisando
arte en todo su esplendor e historia en todo su apogeo, que mi cuerpo ha dicho
basta. Basta sólo por unos días, ya que es un adiós para estar más cerca en el
retorno, una llamada a lo cotidiano, al bocadillo en la piscina, la caña en el
bar, la ausencia de grandeza, de magia eterna que difumina tu pensamiento.
Quiero estar un tiempo lejos de Roma para poderla controlar, porque cuando
estás dentro es verdaderamente imposible.
Un
simple paseo dominical por tu barrio te lleva, sin querer, a la casa donde
triunfó y murió Rino Gaetano con su hit “Ma il cielo è sempre più blu”. Un jueves
perdido y sofocante montado en un bus camino de ninguna parte te porta al Café
de París, donde Fellini pasaba sus noches en vela mientras pensaba y meditaba con
celo sus obsesiones, una simple heladería siciliana no lejos del barrio de
estilo Liberty supone tomar una brioche rellena con helado de almendra. Y así
siempre… Todo a lo grande, estéticamente coloreado, inmensamente bello. Hasta
tal punto que preferiría que fuese atractivo, o feo. Sé que no es así, y en el fondo
no sé si quiero. Por eso me voy, para cambiar percepciones, entrenar, corregir
miradas, modificar gustos, pulir la obsesión y neutralizar los fantasmas. Aquí
me espera la misma de siempre, la única ciudad del mundo cuyos monumentos y
lugares cambian de forma según la luz que reciban, la mágica Roma, tan mágica y
grandiosa por todas sus imperfecciones. Ahora mismo dudo si lo del helado es
verdad o lo he soñado. Stendhal, que nos humanizó a todos, me comprendería. Eso me deja más tranquilo.
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