"El verdadero mal es la indiferencia", (Madre Teresa de Calcuta)
Durante algún tiempo tuve miedo a la muerte, miedo
de un modo exagerado, antinatural y enfermizo. Ahora, por esfuerzo (ya que no
creo ni en la buena ni la mala suerte), simplemente la respeto como una parte
más de la vida, como el final, la cuadratura del círculo a nuestra existencia. Somos el resultado de nuestras decisiones.
Mi carácter hipersensible me regala dosis de
felicidad excesiva, pero también de sufrimiento ante nimiedades. Cuando consigo
el equilibrio en el movimiento pendular, se me despierta una infinita
profundidad que me lleva a empatizar y mimetizar con el medio. Con esfuerzo,
una vez más, podría comprender y aceptar todo lo que sucede, desde lo más vil
hasta lo más maravilloso.
En Italia, quizás por la tendencia infantiloide a no
afrontar los verdaderos problemas, no viene aceptada la palabra muerte. Tampoco
el suicido, pero estos son cosas de la Iglesia y el escapulario. Decía, que con la muerte se
usan infinidad de eufemismos, que van desde: ha venido a faltar (è venuto a
mancare), no está más (non c’è più) o desaparecido (scomparso). Eso, en las
tertulias o en la prensa escrita. En la calle, directamente, a los muertos les
convierten en vivos: “Valerio vive”, “Valerio está siempre con nosotros”. Vean algunas películas sobre el crimen organizado, verán cómo algunos -incluso- podrían hacerle un hueco en la mesa.
Lo más sorprendente lo viví
hace días en Cerdeña, donde acudí a una boda muy gremial. La parte final, esa que en España
suele ser la más divertida y desenfadada porque básicamente se vertebra con una
barra libre y corbata en la cabeza, fue la más triste para muchos miembros. El motivo es porque los
novios tenían preparados ocho o diez globos blancos que, delante de numerosos
invitados, soltaron para que se los llevara el viento en un precioso acantilado
asomado al mar. Cada uno de ellos contenía escritos los nombres de las personas
fallecidas más importantes de sus vidas, a las que quisieron concederles un espacio físico en el enlace (hubo una mesa llena de globos toda la tarde a la cual yo
no presté atención). Recuerdo que no quise asistir a ese momento; que preferí
pedir una canción de Franco Battiato mientras el dj me decía que la fiesta
había terminado. Entonces dejé el chupito de mirto, que ya estaba caliente.
Vi mucha gente llorando desconsoladamente, tristeza,
nerviosismo y descomposión en algunos rostros. Vi una Italia joven, ingenua y
fragmentada, con un sur abandonado, hermoso, cómico y solar; un norte distante, opaco e
industrial… Y una capital, Roma, que debe unir dos mundos condenados a vivir
juntos. Vivir, eso es en lo único que coinciden, porque sólo tienen en
común el pánico a no estar más aquí, prodigándose en sus arrogantes batallas. Pero negar la muerte, en mi manera de
pensar, es no aceptar la vida. Cuando me estaba durmiendo, pensé ¿y si todos estamos muertos?
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