sábado, 3 de octubre de 2015

La muerte



"El verdadero mal es la indiferencia", (Madre Teresa de Calcuta)

Durante algún tiempo tuve miedo a la muerte, miedo de un modo exagerado, antinatural y enfermizo. Ahora, por esfuerzo (ya que no creo ni en la buena ni la mala suerte), simplemente la respeto como una parte más de la vida, como el final, la cuadratura del círculo a nuestra existencia. Somos el resultado de nuestras decisiones.
Mi carácter hipersensible me regala dosis de felicidad excesiva, pero también de sufrimiento ante nimiedades. Cuando consigo el equilibrio en el movimiento pendular, se me despierta una infinita profundidad que me lleva a empatizar y mimetizar con el medio. Con esfuerzo, una vez más, podría comprender y aceptar todo lo que sucede, desde lo más vil hasta lo más maravilloso.
En Italia, quizás por la tendencia infantiloide a no afrontar los verdaderos problemas, no viene aceptada la palabra muerte. Tampoco el suicido, pero estos son cosas de la Iglesia y el escapulario. Decía, que con la muerte se usan infinidad de eufemismos, que van desde: ha venido a faltar (è venuto a mancare), no está más (non c’è più) o desaparecido (scomparso). Eso, en las tertulias o en la prensa escrita. En la calle, directamente, a los muertos les convierten en vivos: “Valerio vive”, “Valerio está siempre con nosotros”. Vean algunas películas sobre el crimen organizado, verán cómo algunos -incluso- podrían hacerle un hueco en la mesa. 
Lo más sorprendente lo viví hace días en Cerdeña, donde acudí a una boda muy gremial. La parte final, esa que en España suele ser la más divertida y desenfadada porque básicamente se vertebra con una barra libre y corbata en la cabeza, fue la más triste para muchos miembros. El motivo es porque los novios tenían preparados ocho o diez globos blancos que, delante de numerosos invitados, soltaron para que se los llevara el viento en un precioso acantilado asomado al mar. Cada uno de ellos contenía escritos los nombres de las personas fallecidas más importantes de sus vidas, a las que quisieron concederles un espacio físico en el enlace (hubo una mesa llena de globos toda la tarde a la cual yo no presté atención). Recuerdo que no quise asistir a ese momento; que preferí pedir una canción de Franco Battiato mientras el dj me decía que la fiesta había terminado. Entonces dejé el chupito de mirto, que ya estaba caliente. 

Vi mucha gente llorando desconsoladamente, tristeza, nerviosismo y descomposión en algunos rostros. Vi una Italia joven, ingenua y fragmentada, con un sur abandonado, hermoso, cómico y solar; un norte distante, opaco e industrial… Y una capital, Roma, que debe unir dos mundos condenados a vivir juntos. Vivir, eso es en lo único que coinciden, porque sólo tienen en común el pánico a no estar más aquí, prodigándose en sus arrogantes batallas. Pero negar la muerte, en mi manera de pensar, es no aceptar la vida. Cuando me estaba durmiendo, pensé ¿y si todos estamos muertos?

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