"El patriotismo es la virtud de los depravados" (Óscar Wilde)
Me gusta la historia que explica el origen de la
periferia romana. Corría el año 1920 cuando Benito Mussolini mandó oxigenar (de
casas y gente) dos puntos neurálgicos en la ciudad que comenzaba a gestarse.
Uno fue Via della Conciliazione, desprovista de sus cimientos para permitir una
mejor vista de San Pedro. El otro fue Piazza Venezia, completamente desnuda
para resaltar el protagonismo de un monumento patriótico denominado Altar de la
Patria, con su correspondiente estatua ecuestre de Vittorio Emmanuele II,
primer rey de la Italia unificada.
Una vez más se imponían las manos que mueven el
mundo: poder eclesiástico y propaganda política. Una lacra con difícil cura
que, en este caso, posibilitó un hecho tan maravilloso como la creación de Garbatella,
un barrio que cumplió noventa años en 2010. Un lugar por el que merece la pena
venir a Roma.
Garbatella, de noche, es caótica, tenue, mística.
Huele a geranio, jazmín, incienso y especias. Es desordenada y pintoresca; ríe
hasta cuando llora. Alberga, además, un tesoro en cada rincón que pisas, porque
¿quién dijo que los tesoros sólo se componían de oro y piedras preciosas
escondidas en un cofre?
Garbatella es historia. Por ella pasaron el Rey, el ‘Duce’
y Gandhi, personajes contrapuestos obnubilados de su particularidad. Allí rodó
Nanni Moretti su ‘Caro Diario’, allí vive regocijado el bullicio, la vida
ininterrumpida, el espectro de esa cocinera ‘garbata e bella’ (educada y guapa)
que, fusionando esas dos virtudes, dio origen al nombre de la zona. Un lugar de
lugares, un sitio para pasear y perderte, para escribir, fotografiar, leer y
besar. Porque también tiene su punto romántico, adornado de pequeñas villas con
jardín construidas para acoger a los nobles que vivían en el campo, a la postre
obligados a emigrar a la ciudad a trabajar. De ahí ese microclima ideado a
conciencia y bautizado como ‘la piccola Parigi’ (La pequeña París), pero sin Picasso y, por supuesto, sin Molière.
Garbatella es magia, arte desprovisto de aristas y
cocina singular, algo que sirve de colofón a su heráldica. Si vienes a Roma, no
te quedes sin ver Garbatella; si vienes a Garbatella, no te quedes sin probar
en una de sus ‘trattorie’ sus famosos rigatoni con champiñones, salchichas y
parmesano. Tampoco el gallo a la plancha, típico de aquí. Habrá una cocina
mejor, pero ninguna tan GARBATA E BELLA. Os invito a dar un paseo por las
nubes.