“Es necesario perpetuar el mal para garantizar el
bien” Giulio Andreotti
Los dos acontecimientos más importantes desde que
estoy en Roma han sido la elección del nuevo Papa y la muerte de Giulio
Andreotti, siete veces Presidente del Consejo y ministro en 22 ocasiones. A sus
94 años dice adiós un personaje crucial en la Italia que va desde la Segunda
Guerra Mundial hasta nuestros días, donde ya era senador vitalicio.
De semejante individuo, apodado Belzebú por sus
principales detractores, cabe destacar su buena relación con la Iglesia, con
EE.UU y la antigua Unión Soviética, pero también un lado oscuro al frente de su
partido, la ya extinta Democracia Cristiana. Ahí aparecen hipotéticas relaciones
con la Logia masónica P2, vínculos cercanos con la Cosa Nostra, negocios
turbios con el IOR (Banca Vaticana) y una presunta implicación en el asesinato
del periodista Mino Pecorelli. Pero, por encima de todo, destaca el nulo
esfuerzo a negociar con las Brigadas Rojas (un ETA a la italiana) para evitar
el asesinato de Aldo Moro, pieza vital de su partido, individuo que contaba la
verdad -y eso duele- de forma compulsiva. Todas ellas fueron cuestiones
insondables… Incluso para los jueces, que le juzgaron dejándole siempre en
libertad.
‘Il Divo’ nació y murió en Roma. Cínico como buen
italiano, pactó con dios y el demonio, pero jamás traicionó a ninguno. Quizás
por eso, el ‘quotidiano’ italiano Libero (diario de Milán) mostraba una
caricatura suya con alas blancas y cola roja. Con un titular lacónico: 'Belzebú
deja de sobrevivir', en referencia a una cita suya de la que siempre hacía
apología: “Es mejor sobrevivir que morir” (È meglio tirare a campare che tirare
le cuoia).
Teniendo en cuenta que un ser así gobernó tanto y durante
tantos años; apoyado por el Partido Comunista; en un país como éste, me hace comprender un poco más el aspecto y la
personalidad de la capital italiana, su centro de operaciones. Por fuera, y
despojada de pajarita, es un remiendo, una amalgama de escombros infinitos y
servicios tercermundistas. Por dentro es como Paul Newman en El Buscavidas,
tendente a la autodestrucción. Sólo es feliz cuando pierde y está triste. Un
fin que busca y provoca, aunque parezca salir incólume de las desdichas.
Puede parecer complejo de entender, pero quizás ahora
que Giulio ha muerto se abra la caja negra del país y de esta ciudad. Porque
Andreotti ya no se levantará más a las cuatro de la mañana (aquejado por el
insomnio y por la obediencia a dios) para rezar en la Iglesia de Il Gesú y
tampoco tomará su medicación para combatir su jaqueca, la única secuela visible
a tanto mal realizado. Sin él, esta parte del mundo, que estrena ‘premier’ (Enrico
Letta) y reelige Presidente de la República (Giorgio Napolitano) tiene la
oportunidad de ser dichosa de verdad. Porque la alegría máxima sólo se consigue
después de tocar fondo.
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