miércoles, 22 de mayo de 2013

Simplemente





"El patriotismo es la virtud de los depravados" (Óscar Wilde)

Me gusta la historia que explica el origen de la periferia romana. Corría el año 1920 cuando Benito Mussolini mandó oxigenar (de casas y gente) dos puntos neurálgicos en la ciudad que comenzaba a gestarse. Uno fue Via della Conciliazione, desprovista de sus cimientos para permitir una mejor vista de San Pedro. El otro fue Piazza Venezia, completamente desnuda para resaltar el protagonismo de un monumento patriótico denominado Altar de la Patria, con su correspondiente estatua ecuestre de Vittorio Emmanuele II, primer rey de la Italia unificada.
Una vez más se imponían las manos que mueven el mundo: poder eclesiástico y propaganda política. Una lacra con difícil cura que, en este caso, posibilitó un hecho tan maravilloso como la creación de Garbatella, un barrio que cumplió noventa años en 2010. Un lugar por el que merece la pena venir a Roma.
Garbatella, de noche, es caótica, tenue, mística. Huele a geranio, jazmín, incienso y especias. Es desordenada y pintoresca; ríe hasta cuando llora. Alberga, además, un tesoro en cada rincón que pisas, porque ¿quién dijo que los tesoros sólo se componían de oro y piedras preciosas escondidas en un cofre?
Garbatella es historia. Por ella pasaron el Rey, el ‘Duce’ y Gandhi, personajes contrapuestos obnubilados de su particularidad. Allí rodó Nanni Moretti su ‘Caro Diario’, allí vive regocijado el bullicio, la vida ininterrumpida, el espectro de esa cocinera ‘garbata e bella’ (educada y guapa) que, fusionando esas dos virtudes, dio origen al nombre de la zona. Un lugar de lugares, un sitio para pasear y perderte, para escribir, fotografiar, leer y besar. Porque también tiene su punto romántico, adornado de pequeñas villas con jardín construidas para acoger a los nobles que vivían en el campo, a la postre obligados a emigrar a la ciudad a trabajar. De ahí ese microclima ideado a conciencia y bautizado como ‘la piccola Parigi’ (La pequeña París), pero sin Picasso y, por supuesto, sin Molière.
Garbatella es magia, arte desprovisto de aristas y cocina singular, algo que sirve de colofón a su heráldica. Si vienes a Roma, no te quedes sin ver Garbatella; si vienes a Garbatella, no te quedes sin probar en una de sus ‘trattorie’ sus famosos rigatoni con champiñones, salchichas y parmesano. Tampoco el gallo a la plancha, típico de aquí. Habrá una cocina mejor, pero ninguna tan GARBATA E BELLA. Os invito a dar un paseo por las nubes.

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