viernes, 9 de enero de 2015

Centro de gravedad permanente




"Una nariz como la mía o la aceptas o te pegas un tiro", (Franco Battiato)

A ver cómo lo explico para demostrar que aún no me he vuelto loco, aunque muchas veces lo he temido y lo he pensado. Me equivoqué con Roma, porque yo sólo quería regresar aquí para vivir placidamente, rodeado de un atractivo artístico sin parangón. Casi tres años después, sigo sin conocer la tranquilidad, y la belleza ha tornado en monotonía perdiendo algo de fulgor. Dicho esto, parecería que me encuentro mal, sin embargo creo que atravieso el periodo más interesante en la ciudad, en el país y en mi vida en general.
Pensaba que había venido porque necesitaba una Piazza del Popolo cerca; sin embargo eso fue sólo un señuelo para atraerme. La esencia, y estoy en condiciones absolutas de mencionarlo, ya la he encontrado. Y me fascina, y ya no puedo escapar de aquí...
Me permito criticarla, pero bajo ningún concepto quiero que ningún extraño ose a hacerlo. En mis tres últimos días me han hecho pagar dos peajes en un tramo de carretera de 40 minutos sin luz y en pésimo estado, he comprado un bogavante muerto para cocinarlo con pasta y, en la panadería, he cogido pan cuatro cereales realizado con tantos tipos de harina diferentes. Al principio, como toda acción que sorprende al individuo, he actuado mal, con tristeza, rabia, como necesitando mi tiempo para asimilar el cambio de vida, de actividades; luego he descubierto que Roma, de noche, y llegando desde la carretera, se paga. Y que la próxima vez compraré el crustaceo vivo (más caro) ya que me parece mucho más interesante y atractivo. Lo del pan es cosa mía, simplemente que mi obsesión me obliga a variarlo en función de lo que vaya acompañado.
No piensen que estoy cambiando del todo... También, como a Ferrán Adriá, me gustan los pepinillos en vinagre y esbozo conversaciones inconexas o mal pronunciadas. Me pasan demasiadas cosas raras por la cabeza,  y no consigo explicar cómo últimamente me estoy enamorando de los pequeños placeres y desgracias de esta singular y complicada ciudad. Locamente persuadido de esta maldita Roma.

PD: Ayer cogí un tranvía y recorrí los casi nueve kilómetros de la Casilina (ferrovia Roma Laziali-Giardinetti) simplemente para divisar el panorama. Todo normal si no menciono que el transporte tiene casi un siglo, y que la calle es decadencia pura. Como sacada de la basura por esos genios contemporáneos que rebuscan ahí para convertirla en arte, en movimiento FLUXUS. No me envidien, porque después del bogavante estropeé mi dieta con un helado de nutella, requesón y  avellanas reducido con galleta triturada a la canela.

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