lunes, 20 de abril de 2015

El perdón



"Si explicara la poesía se convertiría en algo banal", Pablo Neruda

En Roma, durante algunas crisis existenciales, he encontrado bienes intangibles que jamás creería poder hacerlo. El primero fue el amor, ese sentimiento que teñí de demonio erróneamente. El último fue el perdón, ese don divino tan renegado por los débiles. La paradoja es que, con ambos (muy católicos los dos), me he topado mientras he ido descubriendo que me interesan todas las religiones, pero no creo en ninguna. Sí en las personas. El miedo me impidió, durante toda mi vida, comprender todo esto.
Italia es un país vanidoso, sensible y cobarde, muy cobarde. Es presuntuoso, sí, pero sólo si se siente escuchado y respaldado. Su profundo miedo, comprensible por otra parte, le ha torturado, obligándola a reparar lo que no estaba roto. Algo de todo eso hay en Roma, ciudad milagro cuya personalidad está inacabada. La corrupción, el campanilismo (feroz rivalidad interna), la supervivencia, el arte, el Vaticano... Demasiados contrastes como para tener un juicio cabal de las cosas. 
En esta ciudad, a las chicas, no les gusta la leche condensada por ser algo demasiado dulce y artificial, y por ir en contra de sus principios: toda la comida tiene que ser casera. Además, y sigo con las chicas, no suelen tener amigas, porque la sociedad les tiene reservado un papel estelar: nacer, crecer, estudiar cinco lenguas, tocar el piano, no hablar de chicos, tener novio una vez rebasada la veintena, tener hijos, criarlos, cocinar, planchar la ropa, controlar al marido, jubilarse (las pocas que trabajan) y morir. Las que no tienen novio -y ya disfrutan de una cierta edad- siguen repudiando la mermelada comprada y el azúcar de caña por ser demasiado químico, pero sin embargo son auténticas apasionadas de los tríos, generalmente con dos hombres. Pero recuerden que se asustarán si usted osa a comprar pasta en lugar de hacerla con su propia harina 0'0. Y si en alguna ocasión pronuncia la palabra pedo, cuesco o culo... Directamente le echan de casa. Así, sin más.
Con la iglesia y la policía es un poco lo mismo. Amen, oren y liberen sus pecados, que ya nosotros lavamos el dinero de la mafia. O, lo que es lo mismo, no se le ocurra colarse a un metro, de lo contrario me veré obligado a pedirle lo que usted tenga en el bolsillo.
El cénit fue la semana pasada, cuando me dirigí a un banco a cobrar un cheque de 390€. Es necesario saber la cantidad para engrandecer la historia. Fue pocos días después que un hombre en bancarrota asaltase un juzgado en Milán y asesinara a varias personas a tiros. Sí, con pistola entró saltándose todos los controles que, por otra parte, no funcionaban.
Volviendo a mi historia, resulta que mi única duda cuando me acerqué al banco era si dejar fuera mi bicicleta o meterla porque no tenía candado. Cuando llegué, rápidamente se esfumó mi duda ya que había un par de puertas blindadas pese a ser un banco pequeño, de barrio. La dejé fuera, pero no fue suficiente porque una alarma con un sonido ensordecedor me indicaba que no podía pasar con los metales. Así hice, pero la alarma siguió, por lo que yo, nervioso, opté por quitarme la sudadera y la cazadora. Reconozco que también pensé en los pantalones, pero la solución me la dio la oficinista, a voces limpias para salvar la incomunicación que producen dos puertas blindadas: "En Italia somos así. No te puedo dejar entrar; llama al número de información que se te indica fuera. Es la empresa de seguridad que se encarga del banco. Así es nuestra política". El final no es importante, porque en realidad fue una prolongación continua de la paradia, la falsedad, la hipocresía, la doble moral y la desmesura por la estética de este país. Si perdono a todos estos seres que me circundan, sin excepciones, cómo no me voy a perdonar a mí mismo cuando falle. Lo escribo porque eso es lo siguiente que espero encontrar en las profundidades.

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