lunes, 18 de mayo de 2015

Vivir



"Sólo existen dos días en los que no se puede hacer nada: ayer y mañana", (Dalai Lama)

Hace algunos días María Fernández, mi jefa directa en la revista Traveler, me dijo que escribiera algo sobre la nueva ola gastronómica romana -Street Food-, pero algo ligero, para el verano. Entonces organicé con unos amigos de varias nacionalidades (España, Bielorrusia e Italia) una cita en Ponte Milvio, cerca del Estadio Olímpico, para degustar las delicias del Trapizzino. Como esto ya lo mandé, e imagino que saldrá publicado proximamente, aquí sólo puedo contar la contracrónica de una noche no apta para romanómanos.
Tras la cena, sábado noche, en España habría llegado la hora de los cubatas, dicho mal y pronto. Mucho más en un lugar eminentemente chic. Pero claro, aquí estamos en Italia, en Roma particularmente. Y los romanos, con ese punto infantil y goloso que tienen (una alumna me dijo una vez que las depresiones se curan comiendo chocolate negro), querían comer su heladito de pistacho y avellanas. El cocktel, cubateo refinado en el Tíber, llegó, pero sentados, tranquilos y con media expedición ya porque la otra media se fue a dormir.
A las dos de la madrugada, Isa, un amigo (Javi) y yo comenzamos la larga travesía de vuelta a casa. Larga porque Roma está mal comunicada, especialmente de noche y mucho más un sábado. Eran las tres y habíamos cogido el primer bus, que nos dejó en Via del Corso. Allí nos abandonó Javi, que vive en Garbatella. Isa y yo esperamos media hora al segundo, que llegó excesivamente lleno (es la hora del regreso a casa para los romanos, que nunca alternan hasta por la mañana). Obviamente, no nos pudimos sentar; un par de asientos estaban ocupados por un tipo joven con síntomas claro de sbornia (borrachera). Mi sorpresa es que se despertó de su plácido sueño, me miró y me dijo que me apartara... Mi cara de incredulidad simplemente se limitó a custodiar su vómito desaforado y viscoso. Había alcohol, quizás absenta, pero también helado y croissants. El infantilismo, recuérdenlo.
La noche terminó, para mí, en un modo fantástico. El conductor, visiblemente enfadado, paró el vehículo, nos mandó a todos fuera y, cuando parecía que se disponía a limpiarlo, cerró las puertas y se marchó insultando al tendido: "Li mortacci tua" (Me cago en tus muertos, en versión romanaccio). Unas buenas noches para la población. Luego, ya por Via Veneto, tuvimos que esperar al siguiente, mientras el reloj se acercaba a las cinco de la mañana y la gente, entre la incredulidad y la militancia del sentido común, proseguía la ruta con nosotros. Y así transcurrió otro día más. Y amaneció el domingo, algo que no es poco en Roma. Creo que en ese día, soleado, fue cuando un policía me dijo que si yo me colaba en el metro (no tenía suelto para sacar un billete y la máquina no daba cambio), que lo hiciera con discreción, aunque de todas formas él miraría para otro lado. Creo también que comí, no muy lejos de donde fue asesinado Aldo Moro, filete de bacalao con alcachofas fritas en el barrio judío.

PD: Para que yo esto me lo tome en clave de humor he tenido que trabajar mucho con mi mente. Lo del bus, claro. 

PD1: Los romanos tienen pánico a morir, pero sobre todo a usar la palabra muerte, siempre camuflada con eufemismos. Sólo la utilizan para insultar. ¡Y sólo porque ahí no son ellos, sino su lado diabólico!

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