domingo, 7 de febrero de 2016

La imperfección humana



"Es posible que las lecciones te gusten o que te parezcan irrelevantes y tontas, pero no hay errores, sólo lecciones", (Benjamin Franklin)

He indagado a menudo en el ser humano para intentar descifrarlo, comprender qué acciones servían de baremo para calibrar si era bueno o malo en toda su persona. Comencé a hacerlo cuando me fustigaba por mis errores o por esas acciones que, sin ser del todo equivocaciones gravísimas, estaban más cerca del instinto animal que del raciocinio humano. He buscado mucho para terminar por no encontrar nada. O sí, quizás lo único que he hallado es la relatividad que determina la diferencia entre bien y mal.
Roma, una ciudad infinitamente bella, me ha servido de espejo. Y lo ha hecho porque su finura estética existe precisamente debido a que en ella cohabitan suciedad, corrupción, degradación y espontaneidad. Roma es bella en su imperfección y en sus virajes primitivos, y solamente así. Una condición aplicable al individuo. Quitarle esos lunares sería deshumanizarla, arrebatarle el alma y convertirla algo así como en una ciudad ideal condenada al aburrimiento y el hastío perpetuo. Ana Magnani decía: "No me quitéis ni siquiera una arruga. Las he pagado todas muy caras".

Ayer me fui de un bar sin pagar el café, y además me llevé su periódico para terminar de leerlo. Le di tantas vueltas al tema después que, por momentos, me vi como un ladrón pendenciero, que debía ser detenido en espera de juicio. Es más, me costó reconocer quién era ese Julio. Luego, mientras hablaba con uno de mis múltiples jefes ya en el trabajo, me explicó cómo en Italia funcionaba el tema de las tangenti (sobornos) para obtener ilegalmente permisos y acuerdos. Lo hizo con un estilo tan sumamente refinado que ese hombre me pareció bueno, y probablemente lo era. Me quiso justificar esas acciones, reinantes en un país donde nada es lo que parece. No me convenció, pero hubo un momento en mitad de la conversación que pareció interesante el argumento. Obviamente, no pongo nunca la mano en el fuego por mí, sobre todo una vez que entiendo el lado oscuro, ancestral, salvaje y despiadado de cada persona.

Si yo estoy enamorado de un país bello, mafioso, histriónico, homófobo y genial... ¿Me convierte eso en dios, el diablo o los dos? Creo que algunos rasgos de la personalidad que define a Roma coinciden conmigo: honestidad, responsabilidad, astucia y constancia. Pero tanto ella como yo somos todo eso porque alguna vez, y aseguro vendrán muchas más, hemos mentido o sido sinvergüenzas, tirado la toalla, hemos pecado de ingenuos y descuidado lo que más queremos. Y eso es justo lo que nos convierte en seres vivos. Y buenos.


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