"La mejor manera de vencer el enemigo es acostándose con él", (Marco Pannella)
Cuando volví de España, encontré mi casa de Roma
virgen en sus paredes por culpa de los pintores. Dediqué medio día a pegar mis
pósters de Ana Magnani, Marcello Mastroiani, Bud Spencer, Giulietta Masina y
Alberto Sordi. Además, descubrí que mi nuevo vecino; un italiano con pinta de
rockero en su declive; vive con su novia. Esto no debería ser noticia si no
fuera porque durante el mes que duraron las obras de la que sería su casa,
siempre iba acompañado de su madre, de unos setenta años aproximadamente aunque
bastante bien conservada. Ya se sabe el miedo a envejecer, a morir, a cagarla, y engordar, que
radica aquí.
A la madre, cuando la criatura trabajaba, me la
encontraba en el patio todas las mañanas dirigiendo a los obreros. Una vez le
escuché esta conversación, entiendo que con una amiga: “Alessio está muy
contento de poder independizarse y, si él está bien, yo también lo estaré. Yo ya
estoy tranquila, porque hace muy bien de vientre”.
Alessio supera los cuarenta años y va a ser padre.
Insisto en que ha sido todo un descubrimiento, porque yo le veía dentro de la
saga de los mammoni, especies inútiles italianas que jamás se extinguirán mientras
existan las madres, algo que -con la iglesia- es difícil que suceda.
Los mammoni
(yo lo fui hasta los 16 años) son niños grandes u hombres infantiles bajo el
abrigo de la mujer que les parió, que no les deja salir de casa porque le ven
eternamente indefenso. Y no solo… Ellos ven a la madre como el ser más importante
de la faz de la tierra, sobre todo si es dentro del lecho familiar, muy bien cuidado siempre (recuerden que fue siempre el refugio en tiempos de ocupación).
En Italia hasta hace poco matar a tu mujer si la
pillabas en la cama con otro se consideraba algo así como crimen de honor, y te
podías librar incluso de la cárcel. En cualquier caso era un atenuante. En Italia la madre es quien manda, pero
mejor si es entre cuatro paredes, haciendo una buena carbonara mientras
plancha las camisas a su hijo, que da sentido a todo. Ahí el padre no pinta nada, porque él es quien
tiene la potestad culminar su doble vida fuera, como no, del hogar. Pero eso es otra historia, consentida y aceptada, incluso necesaria para que todo cuadre.
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