jueves, 3 de enero de 2013
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"Roma non basta una vita", recita el dicho popular de la ciudad. Y es verdad, se necesitan varias para poder verla en su plenitud. Yo voy por la segunda, y tengo que reconocer que está siendo interesante. No voy a descubrir su envoltura, pero sí quiero maniestar que está más cercenada (física y mentalmente) de lo que la gente piensa. Los culpables de ambos atrasos son dos, pero prefiero que los adivinéis. Yo procuraré servirlos en bandeja de oro, con la cabeza de un caballo frío debajo de un crucifijo.
Haber nacido gay en el 'belpaese' supone, por desgracia, casi una enfermedad. Y ya se sabe que con las prohibiciones sucede siempre el efecto inverso: aumenta la perversión, el lado más lascivo y oscuro de la gente. Fellini lo retrató perfectamente en La Dolce Vita, una apología de la incomunicación, una fotografía de una ciudad que esconde más que enseña. Sucede también con muchas de las mujeres, resignadas a un machismo lacerante que les tiene atadas de pies y manos. Una situación imposible de cambiar, porque aquí nada puede cambiar. No interesa, porque los hilos están movidos por los mismos desde hace muchos años. Y así ha sido desde que los Borbones se marcharon.
A este bloqueo mental hay que añadirle uno físico claro. Cada año, el Estado destina gran parte de los presupuestos a mejorar las infraestructuras de la ciudad (edificios, asfalto, transporte...). Un dinero que se 'pierde' cuando la obra se paraliza o, mejor aún, se demora eternanemente mientras hace un guiño a la población. La autovía que une a Salerno con Reggio Calabria lleva años y años, y los que quedan, para finalizar sus obras. No interesa, porque viven muchas familias del dinero que se destina a su lavado de cara. Roma está levantada por muchos sitios -cada vez más-. En algunos de ellos se sabía de antemano que los trabajos se bloquearían nada más partir, pero no importa. Roma son dos ciudades -una debajo de otra-, pero eso no es óbice para hacer un metro ligero -en las nubes- y restaurar sus calles, que te llevan constantemente a un dulce lugar repleto de magia y opio. Yo también formo parte de ello y ya no puedo salir. La explicación es difícil de comprender, como esa carretera sin sentido que traza el sur del país.
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