jueves, 14 de febrero de 2013

Habemus papam

"El hombre es un lobo para el hombre" (Thomas Hobbes)

Hace año y medio fui con Isa a los cines Renoir de Plaza de España para ver la última película dirigida por el siempre inquietante, cínico y satírico Nanni Moretti. Ya teníamos en mente la aventura italiana, ahora consumada, por lo que elegimos esa cinta en V.O.S. para potenciar la lengua.
Esperábamos encontrarnos una visión apocalíptica de la iglesia desde el punto de vista de los presuntos casos de pederastia, corrupción y pedofilia. Lejos de la realidad, la historia se centra en un ataque de pánico que sufre el anónimo Papa justo en el momento de ser elegido. Una angustia, una ansiedad, una depresión inunda todo su cuerpo humanizándolo de manera considerable. El Papa no quería el trono de San Pedro. ¿Falta de fe? ¿Miedo a la responsabilidad? ¿Temor a las conspiraciones?
Pues bien, ahora esta historia tiene mucha vinculación, al menos desde mi punto de vista, con lo sucedido hace pocos días en Roma.
Como no pretendo ser sospechoso de nada, quiero comenzar diciendo que creo en dios, pero no en la iglesia. A esta conclusión he llegado preguntando, leyendo y contrastando. Probablemente esté equivocado, pero me traicionaría a mí mismo si no me posicionara. Porque hay más allá detrás de la deteriorada salud del Sumo Pontífice, que se retirará de la esfera pública antes de que ésta termine por devorarle. Su dimisión, para mí, acentúa un periodo gris de la iglesia episcopal, más débil que nunca. Y el problema no está en las inmoralidades -siempre existieron-, sino en la fragmentación interna que sufre, el detonante que vomita todas sus vísceras.
Seguro que Joseph Ratzinger ha intentado poner orden en el vodevil, pero quizá haya sido sin fuerza y demasiado tarde. Ortodoxo con asteriscos, comenzó criticando ya duramente los resultados del Concilio Vaticano II cuando ejerció de brazo teológico de Wojtyla, pero miró para otra parte ante la vida exagerada de Marcial Maciel, fundador de Los Legionarios de Cristo. Según El País, un pederasta que tuvo amante e hija secreta.
No sólo ahí pecó el actual Benedicto XVI. Según Claudio Rendina, escritor italiano, poeta e historiador especializado en la Iglesia, se puso un sueldo a pesar de que, acorde con el Derecho Canónico, tiene poderes y atribuciones como soberano de la Iglesia, y por la tanto no necesita dinero.
Tampoco alzó la voz cuando, tras morir Juan Pablo II, entró al cónclave siendo prácticamente Papa (sin haberse celebrado la votación), empujado por el Opus Dei y un núcleo duro de cardenales alemanes (guiado por el obispo Joseph Höffner). Una victoria asegurada como moneda de cambio por el apoyo de estos en la elección de su antecesor. Pactaron una herencia conservadora. 
Son algunas confesiones sacadas del libro '101 misteri e segreti del Vaticano'. Siempre citando a C. Rendina, decir que hubo más en el último medio siglo: escándalos financieros, absención de tasas, relaciones con la masonería o vínculos con la Banda della Magliana (organización criminal que operó en Roma durante los años 70, relacionada con la mafia).
Probablemente al todavía eje de la Curia le destrocen los remordientos de tanta suciedad y presuntos delitos cometidos en la casa de dios, pero un hombre solo, por más que gobierne el país más rico del mundo, no puede purificarlos. Hay demasiada oscuridad en los lugares más recónditos custodiados por las murallas del Vaticano. Allí, los movimientos ultracatólicos -Legionarios, el Opus Dei y Comunión y Liberación- han podido con el afán redentor del Papa.

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