sábado, 13 de diciembre de 2014

La gran mentira





 "Nuestra gloria más grande no consiste en no haberse caído nunca, sino en haberse levantado después de cada caída", (Confucio)

Ettore, un niño avispado y extrovertido, estaba jugando al balón, mientras su madre tendía la ropa fuera de casa. El sol soltaba retazos de calor, y la humedad del río Tíber convertía las jornadas de verano en maratones sofocantes, divertidos, placenteros. El placer de comer en la calle, en mesas de madera con perolas repletas de pasta con tomate y pecorino romano. Ruido, alegría, bullicio, simpatía, jolgorio, fiesta de pobres, supervivencia, aglomeraciones. Y todo eso extrapolado en todos y cada uno de los barrios de Roma (borgate), fotografías de casas populares, esencia de una ciudad que en realidad es el pueblo más grande del mundo.
Ettore jamás había visto el Coliseo de cerca, porque le transmitía inaccesibilidad, lejanía, utopía, incluso desprecio. Y es que allí sólo había turistas y gente de bien, o mejor dicho, hijos de esos ricos que bebían sus penas en la Via Veneto. Uno de ellos se llamaba Paris, un niño asustadizo, presuntuoso e hipocondríaco. Quién no estaba con él en el centro de la ciudad, lo estaba contra él, ya que pertenecía a los suburbios oscuros y procelosos, abandonados por un estado que no le interesaba mezclarlos con los únicos que traían dinero a la ciudad, comiendo en restaurantes y entrando en los museos. Dos mundos, uno verdadero similar a los bajos fondos de Shanghai, delincuencia incluida, y uno muerto rodeado de un aura plomiza que provocaba tristeza a unos monumentos ajenos a todo, conscientes que sólo en Roma se puede dar vida a los muertos. Ironías del destino, un día coincidieron Ettore y Paris en un lugar intermedio, como por error, un guiño del sino. El impacto inicial fue eminentemente de desaprobación recíproca. Ambos odiaban las atmósferas del contrario.
Roma, lugar inacabado, construído al revés, con mentiras bellas y eternidades indescriptibles, es el trasfondo de la historia de estos dos muchachos que, juntos, emprenden un camino hacia el infinito, hacia la periferia de la ciudad, donde surge todo, donde la especulación inmobiliaria construyó microclimas para gente necesitada con tradiciones anacrónicas. Gente que jamás ha visto el Vaticano, pese a que a éste le gusta sentirla cerca, porque es la verdadera personalidad de la urbe, es la esencia. Las piedras milenarias y el lujo aparente no es sino el espacio contradictorio en una historia de pobres y miserables condenados a ser felices haciendo apología de las actividades desarrolladas en épocas de crisis. Pasolini, Sordi, Magnani, Ettore y Paris serán uno mismo. Ellos guiarán el camino para las siguientes generaciones, que reniegan de lo antiguo, pero no pueden vivir sin ello. Barberías de hace un siglo, panaderías en blanco y negro, afiladores, fruterías con olor a huerto, dialecto romanesco, ambiente pictórico, caos, bullicio, alegría, pena, llanto, risa, alma, años 60 fijados para siempre, Roma…

miércoles, 27 de agosto de 2014

Las hadas ignorantes



"La muerte llegará, al fin y al cabo la muerte tiene buena memoria y nunca se olvidó de nadie", (Jorge Bucay)

Ferzan Özpetek, director de cine y guionista turco-italiano, dice que Las hadas ignorantes son aquellas que tienen el poder de cambiar el mundo... Y, además, sin darse cuenta. A mí me gusta especialmente la naturaleza de esta frase, quizás porque me sedujo su película y comprendo la naturaleza del barrio donde se rodó (Ostiense), donde precisamente vive el cineasta desde hace varios años.
Ostiense es una calle que sale del metro Pirámide, junto al cementerio inglés acatólico. No está lejos de Garbatella ni de Testaccio y, como él, desprende arte callejero, urban. Terrorismo artístico de gente cuya represión tiene que expulsar de alguna manera. El corazón de la zona es el Gasómetro, mientras que los vasos sanguíneos pasan por debajo de puente de hierro (el único en Roma con este material), antiguo puerto de la ciudad, donde llegaban incluso embarcaciones de España transportando aceite en vasijas de barro y arcilla. Recipientes que se fueron destruyendo y almacenando en una de las orillas del Tíber para crear lo que hoy es el Monte Testaccio, visitable en la urbe. 
No quisiera alejarme del mensaje que me transmite un barrio, otrora mortecino y obrero, hoy iluminado por nuevas generaciones con ganas de cambiar el orden general de las cosas. Quizás mueran en el intento, porque Roma es impenetrable y no se puede modificar. Prueba de ello es que aún se camina por calzadas milenarias y se come en restaurantes (El Rugantino, en Trastevere) donde las vestimentas de los camareros emulan a las del típico personaje trasteverino de siglos pasados. Con harapos y remiendos. Por cierto, dicho restaurante se ubica entre las plazas Gioacchino Belli y Trilussa, los dos poetas romanos más importantes de todos los tiempos. Ellos elevaron el dialecto romanesco a la cima pese a los innumerables prejuicios que cosechaba (aún hoy) esta forma de hablar, tan criticada entonces, y ahora, por Florencia y el Vaticano. Ellos, sin querer, cambiaron el mundo -o al menos lo intentaron- por una idea. Escribieron y reivindicaron su obra el el periódico Il Rugantino, paradojas del destino. Vivieron, amaron y murieron. 
No sé si Özpetek se refiere a todo esto, pero algo me dice que él transmite la necesidad de intentarlo, porque puede que seamos también hadas ignorantes. O, como dice David Bowie, heroes just for one day. Pero también puedo estar equivocado, que todo esto sea una farsa, un mero discurso de autoayuda para gente desubicada. La vida es un sinfín de interpretaciones sujetas a muy pocas realidades.

jueves, 31 de julio de 2014

Alejarse para estar cerca



"A veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo", (Eugene Delacroix)

Creo que Stendhal sufrió vértigos, confusión, un alterado ritmo cardíaco y ligeros desmayos cuando contempló la iglesia de Santa Croce (Florencia) con sus cinco sentidos, con un exuberante gusto romántico. Desde entonces, esos síntomas están recogidos en la innumerable lista de enfermedades psicosomáticas. 

A mí con Roma me pasa algo parecido. Tanto tiempo pasando delante del Coliseo, sintiendo la Fontana di Trevi, adulando San Pietro y recreándome por todos y cada uno de los ángulos infinitos de Circo Massimo… Tanto tiempo saliendo a la calle y divisando arte en todo su esplendor e historia en todo su apogeo, que mi cuerpo ha dicho basta. Basta sólo por unos días, ya que es un adiós para estar más cerca en el retorno, una llamada a lo cotidiano, al bocadillo en la piscina, la caña en el bar, la ausencia de grandeza, de magia eterna que difumina tu pensamiento. Quiero estar un tiempo lejos de Roma para poderla controlar, porque cuando estás dentro es verdaderamente imposible.

Un simple paseo dominical por tu barrio te lleva, sin querer, a la casa donde triunfó y murió Rino Gaetano con su hit “Ma il cielo è sempre più blu”. Un jueves perdido y sofocante montado en un bus camino de ninguna parte te porta al Café de París, donde Fellini pasaba sus noches en vela mientras pensaba y meditaba con celo sus obsesiones, una simple heladería siciliana no lejos del barrio de estilo Liberty supone tomar una brioche rellena con helado de almendra. Y así siempre… Todo a lo grande, estéticamente coloreado, inmensamente bello. Hasta tal punto que preferiría que fuese atractivo, o feo. Sé que no es así, y en el fondo no sé si quiero. Por eso me voy, para cambiar percepciones, entrenar, corregir miradas, modificar gustos, pulir la obsesión y neutralizar los fantasmas. Aquí me espera la misma de siempre, la única ciudad del mundo cuyos monumentos y lugares cambian de forma según la luz que reciban, la mágica Roma, tan mágica y grandiosa por todas sus imperfecciones. Ahora mismo dudo si lo del helado es verdad o lo he soñado. Stendhal, que nos humanizó a todos, me comprendería. Eso me deja más tranquilo.

viernes, 18 de abril de 2014

Crónica de una muerte anunciada





"Lo peor que le puede pasar a un genio es ser comprendido", (Ennio Flaiano)

Pese a que últimamente me interesa mucho La India menos turística que describe Kipling y vengo fascinado con el Estambul oculto -ubicado al final del Cuerno de Oro- en una calurosa mañana de domingo, me sigo quedando con Roma. Pero no la retratada en postales, no la frecuentada por peregrinos o chinos; puro oropel; sino la de sus barrios. Garbatella, Rione Monti, Testaccio, Ostiense o el mío propio, Montesacro, comunista y de la Roma. Es en ellos donde se conoce la auténtica ciudad, que te envuelve en su encanto con los pequeños detalles: culinarios, antiguos y presuntuosos. Sus centros sociales donde se come y bebe barato, esa heladería casera con gustos auténticos (piña y castaña, chocolate y pistacho) o esa frutería donde la lechuga llega aún con la tierra del huerto, y donde siempre, compres lo que compres, te regalan profumi (aromas): perejil, albahaca y apio. Ahí te sientes grande; ahí te hacen partícipe de la vida. Te crees verdaderamente italiano, incluso te permites juzgar todo, como siempre hacen ellos. "Hubo una época en la que conquistamos el mundo", dicen continuamente para justificarse por la osadía.

Yo soy de los que piensan que la crisis ya ha terminado, pero como los estamentos de poder han estirado tanto la cuerda comprobando que resistimos ya nunca la van a soltar. La prensa general les avala… También aquí, donde un Berlusconi quedebería estar pudriéndose en la cárcel paga su pena con asuntos sociales. Por todo esto, y porque la vida, según muchos filósofos y budistas, no es más que un camino hacia la muerte, es mejor elegir tu lugar en el mundo para que todo sea más placentero y tonificante. Y con esto no quiero ser pesimista, sino todo lo contrario. Pretendo aconsejar que la terribilidad de las cosas puedes suavizarla aceptándola, y para eso no hay que mirar al pasado ni pensar en el futuro. El primero te mina la cabeza; el segundo hace lo propio con el corazón, aunque la naturaleza del paisaje suele ser importante y embriagadora. Al fin y al cabo, siempre seremos más torpes que los elefantes que, según Kapuściński, cuando saben que van a morir caminan hacia el río para morir ahogados en las profundidades. Allí eligen depositar sus preciados huesos. ¿Hay algún gesto más valiente que ese?

jueves, 6 de marzo de 2014

Realidad dual





"Las palabras me han salvado siempre de la tristeza" (Truman Capote)

Isa y yo solemos recordar en los malos momentos, que también los tenemos, dónde estamos viviendo: Roma, una ciudad con la peculiaridad de hacer insignificante todo lo que no sea ella. Se podría resumir con algo como “Yo soy Roma y tú no”. Y además dicho así , con altanería y soberbia. Actitudes surgidas, quizás, de una época en la que conquistaron el mundo creando incluso imperios en Oriente y Occidente.  
La frase ‘Roma non basta una vita’ es excesivamente real, dañina para todos aquellos que, ilusionados, nos creemos conocerla en su plenitud sólo por el simple hecho de vivir aquí. La ciudad es tan excesiva que abruma y te sobrepasa, te invita a su crítica a la vez que no puedes dejar de estar enamorado locamente de ella. Dicen que el amor hay que cultivarlo… Pues estas fueron sus últimas perlas que pidieron la vez para entrar en mi corazón.
Entrevista laboral en San Giovanni para dar clases de español en una academia. Desidia por un trabajo que necesito, pero no me apasiona. Sol, asfixia, alegría, sofoco, pinos marítimos flotando en el aire… Muy recomendable ver ‘La GrandeBellezza’ per comprender estas sensaciones tan contrapuestas. Decido ir andando hacia el Coliseo, a diez minutos, pero me encuentro de frente con la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, un amasijo de piedra que acoge las monjas benedictinas de la ciudad y alberga una curiosa historia: fue el precedente del Castel Sant'Angelo, es decir, la refugio del Papa cuando éste aún no vivía en San Pedro sino en la catedral de Roma. Además, custodia los restos de cuatro santos soldados sacrificados por Diocleziano por hacer apología del cristianismo. Así me la encontré, al improviso, sin tiempo para asimilar nada. Como una daga que sobrepasa los sentidos. Siempre estuvo ahí, pero nunca pretendió presumir de ello.
El segundo momento para mí supuso el éxtasis, sensación parecida cuando descubrí cómo se cocinan los caracoles a la romana, comprándolos en el Mercado de Piazza Vittorio y dejándolos un día antes en un recipiente con lechugas para que coman verde y se depuren para después crear una salsa con tomate fresco (pacchino), ajo, aceite de oliva, sal, pimienta negra, guindilla roja, menta y anchoas. Como decía, esa exultante sensación fue cuando descubrí los tres Coliseos que tiene la ciudad. El clásico -con fama mundial-, el cuadrado –actualmente museo fascista- y el moderno, resultante de un antiguo gasómetro que abastecía gas a toda la urbe. Viendo éste en el tramonto, con el sol a media asta, tranquilo y sosegado, la vida puede ser lo que tú quieras. Yo incluso vi gladiadores… El problema es que ya no sé qué es cierto de lo que he visto. Intenté emular a Sorrentino (dice que para que las cosas cambien tenemos que ser nosotros quienes cambiemos nuestra perspectiva de las mismas), pero se me fue de las manos. Es el riesgo que se corre aquí, sobre todo si aspiras a ser el rey de la vulgaridad.

viernes, 3 de enero de 2014

Teoría del sueño



 
"Moveré las montañas para traer a Caruso a la selva" (Klaus Kinski, Fitzcarraldo)

Mi última noche de insomnio tuvo lugar en la víspera de mi cumpleaños, la madrugada que unía el 23 con el 24 de diciembre. Me lo provocó el post de ‘LaGrande Bellezza’, el mejor regalo recibido en los últimos tiempos junto con el libro de Cocina Romana, recetas contadas a través de historias y curiosidades. Muchas de ellas en romanesco (dialecto romano), por supuesto.
Volviendo al principio. Me fui a la cama a las cuatro de la mañana, y recuerdo que la última vez que miré el reloj rozaban casi las siete. Creo que ese día me levanté a las nueve. El nudo en el estómago, por los nervios de la cita, tiró de mí. En esas dos o tres horas mirando al techo no paré de darle vueltas a una frase que reza en la carátula de la cinta: “... Y allí detrás Roma, en verano. Bellísima e indiferente. Como una diva muerta”. Ciudad capital que sostiene, ya desde los tiempos de La Dolce Vita, una humanidad vacía, frívola, sin valores marcados. Potente y deprimente. Caprichosa, pretenciosa y distraída por la diversión de la noche. Ahogada con gin-tonics modernos. Y en medio un individuo, Toni Servillo, que se empeña en revertirlo sin evitar dañarse en el intento.
No contaré el final, porque no existe. Es el principio, su prolongación, su repetición. Y va a ser verdad todo esto. Quizá una ciudad tan bella y sugestiva, en estos tiempos de la globalización, sólo te invita a vivir distraído, cautivado, extasiado. Te engaña y te atrapa, para que dejes de ser tú mismo y mutes en algo miserable, siervo de ella. Hablamos, probablemente, de una de las pocas urbes en el mundo con un palacio del siglo XVII (Doria-Pamphili) aún habitado por parientes de esta familia noble romana. Esta mansión alberga, además, un retrato de Giambattista Pamphili (Papa Inocencio X) pintado por Velázquez. Disfrutarlo y conocer su historia –su sobrino (nipote, en italiano) renunció al cargo de Secretario de Estado para poder casarse. De ahí nace el termino nepotismo- es un regalo a la vista. Artificial, porque estoy convencido que este lugar se guarda los originales para sí misma. Sólo así preserva el glamour y tiene garantizada su existencia eterna. Pensándolo bien, dormir tiene poco sentido con todo esto. Quizá por eso ya no lo sufro.