martes, 25 de octubre de 2016

La birra


"La naturaleza es coherente en sus variaciones", (Munari)

Cerca de mi barrio han abierto un bar con un cartel bien claro en la puerta: Sólo el amor y la cerveza pueden hacer que el individuo pierda el control. Yo añadiría Roma a la lista. Y mejor si es en uno de estos lugares:

Ex Lanificio: Está situado en la Via di Pietralata. Es una antigua fábrica convertida en un espacio creativo, principalmente en temas de arte y restauración. En la parte de arriba se encuentra la terraza, desde donde uno puede asomarse a ver el río Aniene, patentado por Pier Paolo Pasolini en Ragazzi di vita. Lo mejor es el acceso al lugar: se encuentra en una calle sin aceras (típico de construcciones ilegales en la urbe) cuya entrada se intuye, porque no aparece ningún cartel anunciándolo. Sólo un mostrenco enorme que te conduce hacia un ascensor claustrofóbico -típico de la saga Saw-, que quizás en su día sirviera para transportar mercancía. Cuando te montas y apareces en el cielo de Roma tienes dos sensaciones: una es la de creerte el amo del mundo y la otra es la de querer criticar a los radical chic porque se mueven mejor que tú con su vino blanco del Veneto y sus zapatillas Superga con cientos de roturas (cada centímetro son 1000 euros más en el banco). El lugar, donde aparentemente reina la podredumbre, huele a perfume. A hierbabuena.

San Calisto: Se encuentra en Trastevere, y apareció en la película La Grande Belleza, de Sorrentino. Tiene pósters de la Roma y la Lazio, pero no actuales. Aparecen Simeone, Falcao, Eriksson, Simone Inzaghi, Conti... Suenan Antonello Venditti o Lucio Battisti, pero sobre todo se intuye el alma de un lugar antiguo que respeta la idiosincrasia del barrio. De noche es templo de extranjeros, fascinados con el aura de pueblo que se puede encontrar en el corazón de Roma. Se bebe birra Peroni y se toman helados de limón con vodka. Por la mañana, mientras se escuchan las voces del afilador itinerante, sólo hay gente de la zona que compra Il Messaggero o Corriere dello Sport. Gente que, contrariamente a Mastroianni, disfrutan el alba y temen el anochecer.

Madonna dei Monti: En realidad me refiero a la plaza, quizás la más sugestiva de la urbe. Pertenece al barrio de Monti, la casa del director Mario Monicelli, que se suicidó no lejos de allí. Monti es el rione (barrio) más antiguo de la Roma antigua. Era el lugar de la Suburra: vicio, corrupción, prostitución. Refugio de los ladrones inocentes que tanto me gustan. Esos que prefieren morir a perder su autenticidad. Antes olía a carbón, a café molido y a barberías con Varon Dandy. Ahora se llena, cada día, de jóvenes espectros con pantalones remangados y tirantes. Jóvenes de esos que, en el gimnasio, después de ducharse, se pasan el secador también por sus partes íntimas y, por supuesto, entre los dedos de los pies. Además de haberme remangado alguna vez los pantalones y usar tirantes de vez en cuando, no descarto lo demás. Sólo conociendo el lenguaje se puede profanar. Por cierto, no lejos de aquí, ligeramente escondido, hay un grafiti de Totti celebrando un gol. Su autor lo inmortalizó poco después de ganar la Roma el último scudetto, hace ya más de quince años. Cuando me tomo dos birras artesanales y me pongo contento, procuro ir a verlo antes de volverme a casa. Me da subidón.

Ex Dogana: Situada a pocos pasos del Barrio de San Lorenzo, uno de los más damnificados por los bombardeos (en este caso americanos) en la II Guerra Mundial. Se trata de la reinvención y reconversión de un espacio; una introducción de la cultura en un área esencialmente industrial. En el pasado (a partir de 1925) fue un lugar de control de la mercancía que llegaba o salía de Roma. Respeta la estructura inicial y está en simbiosis con la nueva ola de algunas ciudades europeas -como Madrid, Londres o Budapest- en la rehabilitación de estructuras pretéritas. Ahora puedes tomar bocadillos de jamón español con birra de Cerdeña: Ichnusa. Recuerden que en Alghero se habla catalán. En verano, por cierto, puedes ver cine de Federico Fellini.

Tazio: Es un quiosco situado enfrente de mi casa, en Piazza Sempione. Al ser al aire libre, lo ideal es ir en verano o en primavera. A mí me encanta en octubre, porque son famosas aquí le ottobrate romane: jornadas de sol en un mes sin sol (ya saben, los romanos podrían vender hielo en el polo norte). La cerveza aquí suele ser Menabrea, original de Turín. De aperitivo suelen poner altramuces. Está decorado con esos secadores enormes que suelen cubrir toda la cabeza a las mujeres cuando van a la peluquería. Un ejemplo de su mensaje: los nuevos artistas crean arte a partir de indagar en la basura. Más allá de esto, a mí me gusta que está situado junto al Puente Nomentano, uno de los más antiguos de la ciudad. También que, después de la cerveza y antes de la cena, me paso por el horno que está al lado para comprar supplis con salchichas y brocoli romano.

jueves, 4 de agosto de 2016

La comida


"De cerca, todos somos extraños", (Museo de la mente de Roma)

Tres mujeres cualquiera de mediana edad, italianas, se reúnen en la mesa un día cualquiera de cualquier mes en un año X. Todas parecen tener mucha hambre por lo que comienzan a esgrimir argumentos que les permita, con el goce, purificar su conciencia. Durante el camino al restaurante, solas en mitad de la calle, sus cuerpos parecen extraños, inertes. Luego, con el bullicio romano que se enaltece en los lugares cerrados, comienza el espectáculo:

Anna: "No salgo de casa sola desde hace más de tres años. Este mediodía no he comido nada porque estoy a dieta, pero por la tarde merendé un trozo de tarta de chocolate con un capuchino, que terminé escurriendo -con la lengua- hasta la última gota, que no es ningún pecado. Así que hoy me puedo dar un gustazo. Por dios, no quiero jamón ni queso que engorda muchísimo, y luego ni mi marido ni los jovencitos se fijan en mí. ¿Qué estoy diciendo? Me refiero sólo a mi marido. De primero tomaré cicoria revuelta con guindilla. Ajo no porque luego me huele mal el aliento; así que le digo que lo quiten. De segundo nada, y de postre bizcocho con uvas pasas y ciambellone de cacao y leche. Si me quedo con hambre, quizás, unas pastas al vino con algún licorcito que me pida. ¡Hoy la noche es joven! ¿Sabéis que me he lanzado a ver una película porno?

Beatrice: "Yo este mediodía almorcé una ensalada con zanahoria, rúcola, manzana y salmón. No comí pan ni tomé refresco alguno. Sólo una botella de agua con gas. Ahora mismo llamo al camarero para preguntarle sin la flor de calabaza que hacen aquí está rellena de anchoas y mozarella o nada. Si no estuviera, me la pido pero le digo que por favor no me la traiga demasiado aceitosa una vez frita. Es una pesadilla para mí. Para beber no quiero nada, ni siquiera agua porque te hincha. De ahí pasaré directamente al postre, con un tiramisú doble. ¿Sabéis que el otro día me comí una hamburguesa del McDonald, pero no se lo dije a nadie? ¡Qué vergüenza!

Asia: "Mi marido me ha dicho que pregunte al chef el tiempo que dejan aquí la masa de la pizza fermentando. Yo, si no es más de 90 horas, no la como. A él le hace daño a la tripa, y a mí también. ¿Sabéis que es malo, para la gente de nuestra edad, tomar un capuchino más tarde de las cinco de la tarde? Yo, en realidad, hoy no tengo hambre. Comí bien: dos cornetti para desayunar (nutella y chocolate blanco), un sandwich de pavo a media mañana. Al mediodía pasta al ragú, y después la merienda: tarta de canela. Tengo que aprovechar que no está mi marido ahora en casa. ¡Camarero! ¡No me traiga una margherita de primero, unos pinchitos de carne de oveja de segundo y una ricotta con miel de postre que me los como!

martes, 5 de julio de 2016

El desierto



"Estuve en el infierno y regresé. Fue maravilloso", (Louise Bourgeois)

La primera y última vez, hasta ahora, que vi el desierto me pregunté por qué motivos le han puesto puertas. No había encontrado respuesta, cuando se me ocurrieron más preguntas. ¿Y por qué quieren que me convierta en Lawrence de Arabia en un jeep o emule Indiana Jones a lomos de un caballo? ¿Por qué todo esto? Mi sensación fue de contrariedad. Es increíble cómo, el que vive del turismo, huele rápido la sangre, y es ahí cuando busca rellenar cada uno de nuestros vacíos, que son muchos, de forma mísera y disfuncional, para nosotros por supuesto. Lo peor de todo es que yo, que critico todo esto, termino por consumirlo. Y en ese instante disfruto del subidón efímero que adelanta un bajón, o necesidad de llenar otro hueco u otro vacío. Porque, sobre todo, ya he olvidado el anterior.

Roma es una especie de desierto. Y, además, de vez en cuando te sorprende con un oasis. Su identidad se revela con el tiempo, y no del todo. En un hipotético 100%, su lado turístico ocuparía un cinco o un diez, no más. El resto es excesivo, maravilloso, humano, salvaje y cruel. Pero es que incluso esa parte más artificial, de la que el hombre saca partido explotándola, mantiene una esencia de cercanía, simplicidad y magia. Como si no se dejara conquistar del todo. Uno puede ver caminando, en apenas una hora y sin puertas mediante que te invitan a pasar por caja, los exteriores del Coliseo, la Fontana di Trevi, Piazza Navona, Panteón y la plaza de San Pedro. Los que vivimos aquí tenemos complicado apreciarlo (sufrimos la enfermedad del olvido). A menos que no vayamos al desierto de verdad, nos obliguen a montar en un camello y digan en qué tenemos que soñar. Ahí, uno recuerda Roma, y de repente recobra toda su honestidad y sentido común. Piensa en Gabriela Ferri y espeta un Grazie.

Quizá con todo esto comience a esclarecer la ecuación del amor, ese sentimiento inexplicable, por complejo y contradictorio, que me mantiene aquí desde hace cuatro años. Pensaba que jamás podría explicarlo, pero la verdad es que Roma no pretende llenarme ningún vacío. Prefiere que los sufra en carne viva para que aprenda a tolerarlos, a vivir con ellos. Eso solamente lo saben hacer, o recomendar, los terapeutas, las personas con profunda sensibilidad o las ciudades-lugares que lo padecen en sí mismas, y no tienen miedo a admitirlo.

viernes, 3 de junio de 2016

El amor


"No hay excepciones a la regla que dice que todos creen ser una excepción a la regla", (Banksy)

El joven Paris, un tipo sensible, comunicativo, honesto y visceral, pensaba -antes de llegar a Roma- que en la vida había dos tipos de personas: sinvergüenzas o maravillosas. Digo antes de llegar a la capital italiana, porque fue allí cuando comprobó que ambos adjetivos podían vivir en una misma, algo que provocó en él un malestar que le costó años superar.

- ¿Cómo es el romano? -le preguntó Camilla, que no quería verle sufrir.
- El romano es estupendo, simpático e inoperante. El dueño de mi casa; Stefano; que anticipa los pagos de todas las facturas antes de que yo se lo abone, acaba de pagar casi 300 euros por un impuesto que se ha inventado ACEA (energía) para poder dar trabajo a nuevos funcionarios contratados y así dotar de más arabescos a la burocracia. Ha llegado con dos años de retraso el recibo debido a un problema técnico finalmente resuelto. A Stefano le he visto esta mañana avergonzado, cabizbajo, resignado ante la avalancha de impuestos que tienen al país de rodillas. Llevaba un helado de avellanas y pistacho en una mano; en la otra un libro de aventuras.

- Es normal que quiera escapar de aquí. La atmósfera es asfixiante, -intercedió de nuevo Camilla.
- Camilla, esta gente no quiere escapar. En círculos internos y exclusivos, mientras se toman un limoncello con limones de Capri o un mirto con frutos extraídos en el corazón de Cerdeña, son capaces de reconocer abiertamente -como engreídos que son-, la suerte que tienen por ser únicos incluso en este caos mafioso, que reconozco tiene un halo de luz invisible que lo puede llegar a convertir en maravilloso y atractivo, quizás por la miseria que también reviste al hombre. Esta gente, en estos círculos, podrían estar apelando al pasado y a la autenticidad a la vez que, via whatsapp, te mandan un mensaje a ti para que tú me lo rebotes a mí, ya que yo no tengo. Se ahorran los diez céntimos del mensaje directo, no afrontan la realidad... Y continúan con el chupito mientras esperan el tiramisú que otro amigo, el anfitrión de turno, está a punto de sacar.

- ¿Es comprado o hecho con huevos de granja y café tostado en casa? Lo digo porque, de lo contrario, no lo tomo. Me haría daño al estómago. Y no soy de tomar pastillas para nada, sino que mi estrés lo curo con retiros espirituales. - Podría decir cualquiera de ellos en cualquier ángulo de un hogar situado en cualquier parte de cualquier barrio de la ciudad.

- ¿Y eso te gusta?,- preguntó Camilla.
- Sí, para poder criticarlo. Eso sí, no veo amor, ni poesía, por ninguna parte. O todo lo contrario.


sábado, 21 de mayo de 2016

Mammoni



"La mejor manera de vencer el enemigo es acostándose con él", (Marco Pannella)

Cuando volví de España, encontré mi casa de Roma virgen en sus paredes por culpa de los pintores. Dediqué medio día a pegar mis pósters de Ana Magnani, Marcello Mastroiani, Bud Spencer, Giulietta Masina y Alberto Sordi. Además, descubrí que mi nuevo vecino; un italiano con pinta de rockero en su declive; vive con su novia. Esto no debería ser noticia si no fuera porque durante el mes que duraron las obras de la que sería su casa, siempre iba acompañado de su madre, de unos setenta años aproximadamente aunque bastante bien conservada. Ya se sabe el miedo a envejecer, a morir, a cagarla, y engordar, que radica aquí.
A la madre, cuando la criatura trabajaba, me la encontraba en el patio todas las mañanas dirigiendo a los obreros. Una vez le escuché esta conversación, entiendo que con una amiga: “Alessio está muy contento de poder independizarse y, si él está bien, yo también lo estaré. Yo ya estoy tranquila, porque hace muy bien de vientre”.
Alessio supera los cuarenta años y va a ser padre. Insisto en que ha sido todo un descubrimiento, porque yo le veía dentro de la saga de los mammoni, especies inútiles italianas que jamás se extinguirán mientras existan las madres, algo que -con la iglesia- es difícil que suceda.
Los mammoni (yo lo fui hasta los 16 años) son niños grandes u hombres infantiles bajo el abrigo de la mujer que les parió, que no les deja salir de casa porque le ven eternamente indefenso. Y no solo… Ellos ven a la madre como el ser más importante de la faz de la tierra, sobre todo si es dentro del lecho familiar, muy bien cuidado siempre (recuerden que fue siempre el refugio en tiempos de ocupación).

En Italia hasta hace poco matar a tu mujer si la pillabas en la cama con otro se consideraba algo así como crimen de honor, y te podías librar incluso de la cárcel. En cualquier caso era un atenuante. En Italia la madre es quien manda, pero mejor si es entre cuatro paredes, haciendo una buena carbonara mientras plancha las camisas a su hijo, que da sentido a todo. Ahí el padre no pinta nada, porque él es quien tiene la potestad culminar su doble vida fuera, como no, del hogar. Pero eso es otra historia, consentida y aceptada, incluso necesaria para que todo cuadre. 

jueves, 10 de marzo de 2016

Shakespeare in Rome


"En lo más crudo del invierno descubrí que dentro de mí hay un verano invencible", (Albert Camus)

Cuando Eduardo Chillida construyó el Elogio al horizonte en el Cerro de Santa Catalina (Gijón) descuidó facilitar el acceso al individuo ponderando en su juventud y ganas de ver, de encontrar nuevo arte. Era el ser humano, curioso por naturaleza, quien debía construir el camino, trazar una vía para llegar al monumento. Abanderar una idea para que el resto tuviera la oportunidad de seguirla.
Roma tiene también ese punto salvaje, espontáneo y excesivo; te enseña su belleza junto a las arrugas. No esconde sus cicatrices sino que parece presumir de ellas. Y te convierte en protagonista de su aventura.

Pero Roma, como todo lo que es bello, corre también el riesgo de ser desnaturalizado, de incurrir en una monotonía que sólo se puede combatir aceptándola. A nivel artístico, es la más conspicua de las ciudades en el mundo, pero abusar de ella, de su melancólico centro histórico, puede dar lugar al odio fruto de la terrible insatisfacción humana. Mi amor hacia ella no está muy lejos de esta explicación, de ahí que no para de buscar soluciones que combatan esta especie de pánico asfixiante.

La última fue huir, como lo hacían los cristianos durante el Imperio, por la Via Appia Antica, la calzada más antigua del mundo, trazada para comunicar la urbe con el sur (más de 200 kilómetros). Por allí han pasado desde emperadores romanos hasta gladiadores, carros con caballos y mulas, prostitutas y condenados. Es como la Via Giulia (ahora chic; antes una especie de Milla Verde para los que iban a entrar en prisión), una representación shakesperiana, repleta de contrastes indómitos. Muy humanos.

Lejos del centro, lo ideal para acceder a ella -sin padecer las consecuencias de los sampietrini ni la incomparecencia de los buses- es hacer un tour con Segway, un vehículo eléctrico a dos ruedas, un binomio entre bicicleta y monopatín. En poco tiempo pasas del Coliseo; lugar de partida; hasta el Celio (una de las siete colinas), Circo Massimo, Termas de Caracalla (dejando a la izquierda la casa de Alberto Sordi), porta de San Sebastiano, catacumbas y Mausoleo de Cecilia Metella, esposa de Craso. También el espectacular Circo de Majencio, un emperador cuya muerte se la cobró Constantino en la Batalla de Ponte Milvio.

Allí, donde Cristo paró a San Pedro y le hizo reflexionar, radica hoy el principal sentido de la vida, con lo bueno y lo malo que ha venido con la evolución sin progreso. Los bares comienzan a inundar la naturaleza, salpicada también con algunas villas de políticos, que no consiguen de momento eliminar el encanto de la paisaje, de la ruta. La vuelta, de nuevo por Caracalla, fue un contraste desenfrenado: mientras más arte más indigentes, aparentemente invisibles, aparecían custodiando las obras romanas. Roma, dicho a la romana, va accettata!


jueves, 3 de marzo de 2016

El envoltorio



"Pobre quien esté sólo, porque cuando cae non hay nadie para levantarlo", (La Biblia)

Cuando Jep Gambardella llegó a Roma con apenas veinte años se topó de bruces con la cruda realidad, y le proporcionó un sufrimiento tal; además de un bloqueo psicológico; que no fue hasta los 65 cuando comprendió el gran descubrimiento de su vida: "No puedo perder tiempo en hacer cosas que no me apetece". 

El mío ha sido diferente, pero no menos sintomático de un gran cambio... El que supone haber descubierto ciertas llaves maestras que abren y cierran las puertas del universo.
Cuando llegué a Roma por vez primera, de erasmus, no estaba ni siquiera asustado. No por ser un valiente, sino por esa capacidad que a veces tiene el individuo de no profundizar para no quemarte, porque sabe que no soportarías las llamas. Pero ese bienestar es ilusorio y pasajero; supone un manual de supervivencia para situaciones límites. Para lo cotidiano huele a rancio.

Hace casi cuatro años volví, esta vez ilusionado y asustado a partes iguales. Sabía que me esperaba una urbe solemne que, quizás, terminaría por devorarme. No ha sido así, de momento. La explicación es que esa solemnidad agresiva y distante no es más que un cascarón que esconde pequeños detalles que la explican, y por ende el mundo entero. 

Hace días acudí al mercado para comprar dorada y salmón fresco. Lo hice a las dos del mediodía, hora clave para poder regatear. Después, me compré una pizza con tomate y aceite, una naranja roja siciliana y, cuando me dirigía a casa, me topé con un hombre anciano anunciando que vendía habas frescas y peladas. Le pregunté si había algún modo de comerlas que no fuera a la española (con arroz o en tortilla francesa) y me dijo que crudas, combinadas con parmesano o pecorino romano (queso mucho más salado).

Esa noche, tras tomar un café en el segundo piso de La Feltrinelli de Largo Argentina mirando las ruinas (uno debe darse gustos de vez en cuando) me fui paseando solo hacia Trastevere. En uno de los restaurantes más sugestivos, y caros, del lugar había un cartel escrito con rotulador en la entrada: Tenemos habas frescas. En ese momento vi tan pequeña y mundana Roma que no pude privarme de la tentación de sentarme en la plaza de Santa María in Trastevere y comenzar a comer, como si fueran pipas, las que había comprado antes en el mercado, por supuesto con cáscara. La grandeza, al fin y al cabo, está en estas pequeñas nimiedades. Y ahí todos tenemos la posibilidad de llegar. Lo difícil es descubrirlo.

domingo, 7 de febrero de 2016

La imperfección humana



"Es posible que las lecciones te gusten o que te parezcan irrelevantes y tontas, pero no hay errores, sólo lecciones", (Benjamin Franklin)

He indagado a menudo en el ser humano para intentar descifrarlo, comprender qué acciones servían de baremo para calibrar si era bueno o malo en toda su persona. Comencé a hacerlo cuando me fustigaba por mis errores o por esas acciones que, sin ser del todo equivocaciones gravísimas, estaban más cerca del instinto animal que del raciocinio humano. He buscado mucho para terminar por no encontrar nada. O sí, quizás lo único que he hallado es la relatividad que determina la diferencia entre bien y mal.
Roma, una ciudad infinitamente bella, me ha servido de espejo. Y lo ha hecho porque su finura estética existe precisamente debido a que en ella cohabitan suciedad, corrupción, degradación y espontaneidad. Roma es bella en su imperfección y en sus virajes primitivos, y solamente así. Una condición aplicable al individuo. Quitarle esos lunares sería deshumanizarla, arrebatarle el alma y convertirla algo así como en una ciudad ideal condenada al aburrimiento y el hastío perpetuo. Ana Magnani decía: "No me quitéis ni siquiera una arruga. Las he pagado todas muy caras".

Ayer me fui de un bar sin pagar el café, y además me llevé su periódico para terminar de leerlo. Le di tantas vueltas al tema después que, por momentos, me vi como un ladrón pendenciero, que debía ser detenido en espera de juicio. Es más, me costó reconocer quién era ese Julio. Luego, mientras hablaba con uno de mis múltiples jefes ya en el trabajo, me explicó cómo en Italia funcionaba el tema de las tangenti (sobornos) para obtener ilegalmente permisos y acuerdos. Lo hizo con un estilo tan sumamente refinado que ese hombre me pareció bueno, y probablemente lo era. Me quiso justificar esas acciones, reinantes en un país donde nada es lo que parece. No me convenció, pero hubo un momento en mitad de la conversación que pareció interesante el argumento. Obviamente, no pongo nunca la mano en el fuego por mí, sobre todo una vez que entiendo el lado oscuro, ancestral, salvaje y despiadado de cada persona.

Si yo estoy enamorado de un país bello, mafioso, histriónico, homófobo y genial... ¿Me convierte eso en dios, el diablo o los dos? Creo que algunos rasgos de la personalidad que define a Roma coinciden conmigo: honestidad, responsabilidad, astucia y constancia. Pero tanto ella como yo somos todo eso porque alguna vez, y aseguro vendrán muchas más, hemos mentido o sido sinvergüenzas, tirado la toalla, hemos pecado de ingenuos y descuidado lo que más queremos. Y eso es justo lo que nos convierte en seres vivos. Y buenos.