sábado, 22 de diciembre de 2012
El pasado nunca muere
Roma, en primavera, huele a jazmín y romero. En invierno, por su parte, a tierra mojada. La fotografía actual es belleza artística complementada con buses bloqueados por la lluvia y metros caminando, literal, por la vida. En esta capital no se paga el transporte público -si no quieres- y la vide sigue igual. Cada año se destinan importantes sumas para levantar la ciudad y mejorar el transporte que vive en el subsuelo, pero nada se termina, nada mejora, nada sucede. O sí, según se mire. Enseguida se topan con restos arquitectónicos que obligan a parar el trabajo con todo dado la vuelta, con las vísceras al exterior. ¿Y el dinero? Para los de siempre, esos hombres de negro que se encargan de que la ciudad no prospere porque no interesa. Y es que la gente sigue viniendo igual, los romanos se resignan y ellos (los de corbata y 'velinas') cada vez se enriquecen más. El perfil de un romano es el de un hombre/mujer capaz de molestarse por las voces de un cualquiera que habla por el móvil, pero incapaz de hacer nada ante problemas verídicos y reales: la mafia, los altos impuestos, la desorganización, la suciedad, la pobreza...
A ese prototipo de personas yo la llamo chillones sin habla. Son gente como el protagonista de El grito (Munch). Gente que vive en un país con represión y angustia. Sentimientos que los he encontrado representados en dos arterias principales de la ciudad: via della Conciliazione y Piazza Venezia. En ambas tuvo mucho que ver Benito Mussolini, que se encargó de oxigenar los edificios que las circundaban para dejar vía libre a dos monumentos simbólicos de la ciudad: el Vaticano y la escultura a Víctor Manuel II, primer rey de la Italia unificada tras la llegada del héroe Garibaldi. Ahí está la religión y el estado, grandes reponsables del atraso físico, pero sobre todo mental, que impera en esta parte del mundo. En todas los confines donde te ubiques, los encuentras. Su monumentalidad es directamente proporcional a lo acomplejada que vive esta masa.
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