El azar es demasiado maravilloso como para intentar controlarlo. Retarle cara a cara es perder, por eso es necesario siempre rodearle, esquivarle de forma inteligente para poder tolerarlo e, incluso, moldearlo.
Yo no afronto que existan cosas incontrolables, y mis vecinos son un ejemplo. Pasaron del blanco al negro sin avisarme, sin darme tiempo a estar preparado. Un día quisieron cenar por tercera vez y al otro amenazaron con tirar la pared abajo porque le molestaba nuestro tono de voz. El movimiento pendular de las cosas se estiró en demasía. Me afectó en cierta medida este hecho, porque son varios los factores que se juntan: no me gusta la tensión, me mata la impotencia y odio las imposiciones. Ahí comprendí que, a partir de ahora, sólo tengo que seguir una línea recta. Es la mejor receta de la imprevisibilidad que circunda a los italianos. Gente feliz y atormentada a la vez.
Con ellos perdí la batalla, pero porque no quise en ningún momento disputarla. A esa incomodidad decidí brindarle una sonrisa. Porque sí, nadie dijo que Italia se conquista en un día. Y eso es el 'belpaese', con lo bueno y con lo malo; con el sol y la luna; con el arte y el barro.
Roma es, y debe seguir siendo, un ejercicio constante para la gente esquemática. Debe seguir llorando y riendo para que yo termine por comprender cómo se debe comportar un gris. Ese también es el color del cielo. Porque el cielo, si tú quieres, también tiene encanto cuando esconde una tormenta. Esta inclemencia es imposible controlarla, pero basta con que no termine por salpicarte.
Merece la pena el esfuerzo, porque el fin es Roma, el origen del mundo antiguo, la tierra de la magia y las incomprensiones.
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