domingo, 30 de diciembre de 2012

El Aleph romano


Dice Jorge Luis Borges que el Aleph es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos; el lugar donde están todos los lugares de la tierra, vistos desde todos los ángulos. Me costó mucho comprender la naturaleza de ese mensaje, pero lo descifré hace pocos días, concretamente cuando visité por enésima vez el Circo Máximo de Roma. Es, sin lugar a dudas, mi lugar favorito de la ciudad. En él, paradojicamente, no hay nada. Todo lo tienes que imaginar en medio de esa superficie (más de 600 metros de longitud) que saca pecho con una afirmación conmovedora: aún crece hierba por donde pasaron los soldados romanos durante el Imperio.
Pues ahí, concretamente ahí, soy capaz de divisar todos los mundos posibles en esta humanidad o todas las humanidades adecuadas a este mundo. Diviso una piedra de hace dos siglos, intuyo los casi 150.000 espectadores que acogían sus graderío, ahora fantasma. Veo un hombre corriendo con su iPod, veo una pareja besarse, un preservativo, la colilla de un cigarro, veo de fondo el Palatino (residencia de emperadores), veo varios países (Vaticano, Italia y Malta, siempre escondida a su derecha en forma de plaza de los Caballeros de la Orden), veo la FAO, veo una persona comiendo un bocadillo de porchetta, también el cielo, los pájaros, los arqueólogos que ahondan en la historia para remover los cimientos y portarla al presente, los trajes con corbata, los retazos de coraza ficticia. Veo un camión de la basura, a Totti levantando todavía la Copa del Mundo, veo Roma, sus nubes y claros, su noche, su tramonta (atardecer), veo de fondo el Colisseo, el arco de Constantino, veo el futuro y el pretérito. Veo el Aleph, el rincón más espectacular del mundo jamás contado. Un espacio cuya forma y magnitud son las que tú quieres que sean.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mentiras y verdades


La traza desnivelada de Roma -motivada por la fundación de la ciudad en torno a sus colinas- es directamente proporcional a la personalidad de su gente: capaces de virar de la felicidad a la tristeza en poco tiempo. Por eso es difícil comprender la psicología de los romanos y del país en general. Porque viven entre los impredecible y lo incomprensible. Una ciudad que sólo se limita a sobrevivir carece de personalidad y, por lo tanto, de valores. Le salva, eso sí, su maravilloso decorado.
Roma es una obra de teatro tragicómica. Repleta de artistas-ciudadanos que actúan, que fluctúan permanentemente.
La gente que viene de paso paga por la función y normalmente termina por aplaudir. Pero luego estamos los que tenemos la suerte de colarnos entre bastidores, de bajar a las profundidades para alcanzar una atalaya que te permite juzgar con claridad. Ahí comprendes por qué Berlusconi se metió en política (para regatear la cárcel mediante argucias legales), por qué el terremoto de L'Aquila benefició a mucha gente (constructoras felices), por qué Cannavaro se pasó figiendo lesiones durante su año en el Inter (tenía apalabrado fichar por la Juventus), por qué se negó el funeral religioso a un hombre que quiso aprovecharse de la eutanasia sólo por el hecho de violar uno de los códigos de la iglesia. Sí, la iglesia, esa institución que acogió las sepulturas y da cobijo a los féretros de Franco o Pinochet, dictadores que acabaron con vidas de miles de personas.
Cuando conoces esto, entonces queda el nihilismo, la nada. La vida tiene menos sentido por más que esté camuflada por frescos de Miguel Ángel o esculturas de Bernini.
Todo es mentira. Bello, pero mentira. La farsa más conseguida del mundo. Cincelada perfectamente con la última ocurrencia del trasnochado Papa, que niega la existencia de la mula y el buey en la época de Jesús, pero pasa por alto los raros espíritus alados, el muerto resucitado o los reyes magos que vuelan en trineo.
¡Perdón por decir la verdad!

sábado, 22 de diciembre de 2012

El pasado nunca muere


Roma, en primavera, huele a jazmín y romero. En invierno, por su parte, a tierra mojada. La fotografía actual es belleza artística complementada con buses bloqueados por la lluvia y metros caminando, literal, por la vida. En esta capital no se paga el transporte público -si no quieres- y la vide sigue igual. Cada año se destinan importantes sumas para levantar la ciudad y mejorar el transporte que vive en el subsuelo, pero nada se termina, nada mejora, nada sucede. O sí, según se mire. Enseguida se topan con restos arquitectónicos que obligan a parar el trabajo con todo dado la vuelta, con las vísceras al exterior. ¿Y el dinero? Para los de siempre, esos hombres de negro que se encargan de que la ciudad no prospere porque no interesa. Y es que la gente sigue viniendo igual, los romanos se resignan y ellos (los de corbata y 'velinas') cada vez se enriquecen más. El perfil de un romano es el de un hombre/mujer capaz de molestarse por las voces de un cualquiera que habla por el móvil, pero incapaz de hacer nada ante problemas verídicos y reales: la mafia, los altos impuestos, la desorganización, la suciedad, la pobreza...
A ese prototipo de personas yo la llamo chillones sin habla. Son gente como el protagonista de El grito (Munch). Gente que vive en un país con represión y angustia. Sentimientos que los he encontrado representados en dos arterias principales de la ciudad: via della Conciliazione y Piazza Venezia. En ambas tuvo mucho que ver Benito Mussolini, que se encargó de oxigenar los edificios que las circundaban para dejar vía libre a dos monumentos simbólicos de la ciudad: el Vaticano y la escultura a Víctor Manuel II, primer rey de la Italia unificada tras la llegada del héroe Garibaldi. Ahí está la religión y el estado, grandes reponsables del atraso físico, pero sobre todo mental, que impera en esta parte del mundo. En todas los confines donde te ubiques, los encuentras. Su monumentalidad es directamente proporcional a lo acomplejada que vive esta masa.

sábado, 15 de diciembre de 2012

El dinero no tiene precio



 
La recesión económica y los altos picos de la prima de riesgo imponen austeridad y generan terror en los mercados. También en el fútbol, donde sólo hay una terna de equipos capaces de contratar a su antojo sin reparar en el coste. Por encima de todos está el PSG, con un gasto total de 147 millones de euros, aunque seguido bien de cerca por el Manchester City (65) y Chelsea (100 ‘kilos’). Ellos fueron los grandes protagonistas del verano. El objetivo es ganar a cualquier precio. Tocar el cielo sin reparar en la identidad propia, lo único que dota de personalidad a una escuadra. Más, si cabe, que los propios títulos.
Lejos de esta opulencia se encuentra una Roma que, aunque ha hecho un importante desembolso desde que se ‘americanizó’, jamás ha dejado de ser ella misma. Un equipo superviviente con un historial discreto pero que, sin embargo, es capaz de fabricar campeones y, lo más importante, retenerlos por los siglos de los siglos.
Bruno Conti, uno de los héroes del Mundial 82 que levantó Italia, acabó y terminó su carrera en el conjunto ‘giallorosso’. Se fogueó dos años en el Genoa, pero fue en el Olímpico donde demostró sus exquisiteces como mediocampista. Su testigo lo recogió Francesco Totti, que rechazó siempre contratos multimillonarios de clubes pudientes (entre ellos el Real Madrid) para permanecer en el conjunto de la loba, donde se ha convertido en el tercer máximo goleador en la historia de la Serie A. Sólo por detrás de Silvio Piola y Gunnar Nordahl.
‘Il Capitano’, a punto de cumplir 36 años y con las rodillas llenas de clavos, aún mantiene esa pose hierática y ese sexto sentido que hace años le convirtió en uno de los mejores de Europa. Fue decisivo en el último ‘scudetto’ (2000/01) -el tercero en la historia del club-, pero sobre todo es la bandera, el ejemplo de fidelidad y devoción hacia unos colores.
Lo mismo se puede decir – hasta el momento- de Daniele De Rossi, tanteado por el conjunto blanco desde hace años y, últimamente, objeto de deseo de un City que soñó con él en agosto. El club inglés le ofrecía un considerable aumento de su ficha anual por temporada y una importante suma de dinero a la entidad capitolina. No fue suficiente, porque el corazón de este ‘gladiador’ no se compra. Lo sabe y lo reconoce su gente, sus ‘tifosi’, que en el primer partido de Serie A, contra el Catania, exhibieron una pancarta en el Estadio Olímpico que se explica por sí misma: “In un Calcio povero di uomini leali non comprerete i nostri ideali!” (En un fútbol pobre de hombres leales no compraréis nuestros ideales). Fue un agradecimiento para Conti, Totti o De Rossi.
La Roma, una vez más, camina con la cabeza alta. Desprende unos valores que enganchan, que reconfortan a sus estrellas. Eso no se compra con dinero… Afortunadamente.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La comunidad

El azar es demasiado maravilloso como para intentar controlarlo. Retarle cara a cara es perder, por eso es necesario siempre rodearle, esquivarle de forma inteligente para poder tolerarlo e, incluso, moldearlo.
Yo no afronto que existan cosas incontrolables, y mis vecinos son un ejemplo. Pasaron del blanco al negro sin avisarme, sin darme tiempo a estar preparado. Un día quisieron cenar por tercera vez y al otro amenazaron con tirar la pared abajo porque le molestaba nuestro tono de voz. El movimiento pendular de las cosas se estiró en demasía. Me afectó en cierta medida este hecho, porque son varios los factores que se juntan: no me gusta la tensión, me mata la impotencia y odio las imposiciones. Ahí comprendí que, a partir de ahora, sólo tengo que seguir una línea recta. Es la mejor receta de la imprevisibilidad que circunda a los italianos. Gente feliz y atormentada a la vez.
Con ellos perdí la batalla, pero porque no quise en ningún momento disputarla. A esa incomodidad decidí brindarle una sonrisa. Porque sí, nadie dijo que Italia se conquista en un día. Y eso es el 'belpaese', con lo bueno y con lo malo; con el sol y la luna; con el arte y el barro.
Roma es, y debe seguir siendo, un ejercicio constante para la gente esquemática. Debe seguir llorando y riendo para que yo termine por comprender cómo se debe comportar un gris. Ese también es el color del cielo. Porque el cielo, si tú quieres, también tiene encanto cuando esconde una tormenta. Esta inclemencia es imposible controlarla, pero basta con que no termine por salpicarte.
Merece la pena el esfuerzo, porque el fin es Roma, el origen del mundo antiguo, la tierra de la magia y las incomprensiones.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La Terminal


Roma es Termini, una estación incapaz de mirar al futuro porque está demasiado ligada al pasado. Cada día, miles de turistas y trabajadores la circundan. Unos, con la maleta llena de ilusión; otros, sin maleta, sin ilusión, sin voz, sin alma. Son conocidos como 'barboni' (indigentes), los príncipes de la calle, los amos de su pequeño castillo, la terminal. Ese es su cobijo. El techo donde dormir, aunque no tengan luego dinero para utilizar unos lujosos baños con coste adicional. ¿La solución? Hacerlo en cada esquina de la estación. No importa, porque están respaldados. Carecen de recursos, pero eso les otorga todo el poder para campar.
Termini también es Benetton, una de las empresas que más factura al año en Italia. Ahí estoy yo, en las entrañas, en el subsuelo de una ciudad bipolar e irónica. Un lugar con cerebro (Vaticano), cuerpo (Coliseo), belleza (Piazza Navona) y sensualidad (Fontana di Trevi). También con aparato locomotor: la gran estación. Termini es apta para todos los bolsillos, es válida para todos los que deseen conocerla. También para esos clanes chinos y paquistaníes que sólo enseñan apariencias vestidas de seda.
Todo vale: desde pagar seis euros por un café hasta ofrecer un servicio tercermundista y poco acondicionado a discapacitados. Quizá por esta razón, a Termini la odias o la quieres, pero nunca pasa desapercibida. Te llama, te pide y parece que no te ve, pero no para de vigilarte. Y es que en el fondo te necesita porque, sin ti, no es nada. Tú eres su sustento, su particular obra de arte. Probablemente ese sea el motivo de su ubicación en Roma. Y probablemente si desaparecieran los 'sintecho' y toda la red de gente con negocios oscuros a su alrededor los echarías de menos. Así de complicados somos los humanos.